Por: Lucia López
El otro día cumplí uno de mis sueños inconfesables: tomarme un whisky en la barra de un bar. El cine ha conseguido imponer en mi imaginario la idea de que un whisky con hielo en un vaso ancho y bajo es señal de que vas por buen camino. Guillermo y Álvaro, dos jubilados amigos desde el colegio, uno periodista y otro ingeniero, nos invitaron a mi compañera y a mí a un Old Parr que me abrasó la garganta.
Nos contaron que estudiaron en el San José, como mi compañera y como Gabriel García Márquez. Gabo, Gabo, Gabo, vaya donde vaya en esta ciudad siempre termino topándome contigo. A veces es inevitable. Incluso si no hubiera coincidido con Guillermo y Álvaro habría oído hablar de ti esa tarde, porque estábamos en La Cueva, uno de esos sitios que rezuman aroma a historia y talento.
La Cueva acogió el III encuentro de compositores del Caribe y lo hacía con dos nombres de altura: Leonardo Gamarra y Yeison Landero.
El encuentro, una combinación de tertulia y concierto, tenía como objetivo rendir homenaje al abuelo de este último, Andrés Landero. Por supuesto, yo no sabía quién era nadie en aquella sala donde se referían al más mayor de todos como “Maestro”.
Me situé donde pude, cerca de la mesa de sonido, sintiendo las miradas de todo el mundo sobre mí. Y es que vaya donde vaya, los caribeños saben que no soy de aquí. La sala estaba abarrotada, todas las sillas estaban ocupadas, había gente de pie y, además, la antesala estaba llena de visitantes que, aunque no podían ver, se contentaron con escuchar.
“¿Qué hace aquí una española hablando de porro cuando para ella es otra cosa?” me preguntó la mujer que tenía más cerca. Luego descubrí que era la hija de Gamarra, además de una mujer con mucha razón. Llevaba una camiseta carnavalera y una cayena en la cabeza, como la mayoría de las mujeres. Eso es algo que no dejará de sorprenderme de Barranquilla. Este evento se celebra en medio del precarnaval, y por ello muchos de los asistentes llevaban sus pintas carnavaleras aunque en el evento fueran a encontrarse con alguien tan importante como para referirse a él como “maestro”.
Moderaron el conversatorio Marlon Peroza, director de Gaiteros de Pueblo Santo, y Primo E’Costa, influencer cultural del Caribe, quienes entrevistaron a los dos músicos: Gamarra, una leyenda del porro y Yeison Landero, el nieto del “embajador de la cumbia nivel internacional” en palabras de Peroza.
Yeison Landero, que habla como si recitara poesía, relató que por su casa pasearon muchos artistas, que acudían a ver a su abuelo y a “estar de parranda”. Él recuerda a Enrique Díaz Lisandro Mesa o Calisto Ochoa. Como cualquier niño, miraba con curiosidad a esos hombres que llegaban a su casa y, aunque lo mandaran a dormir, él se asomaba por la esquina de un pasillo y los veía cantar y pasarla bien. Así lo cautivó la cumbia. Debió de ser esa curiosidad lo que hizo que su abuelo se decantara por él. No enseñó a ninguno de sus hijos, ni a sus nietos, solo tomó a Yeison como discípulo. Le enseñó a tocar el acordeón, aunque sin muchas nociones pedagógicas ya que él había aprendido de forma autodidacta. Y, sin quererlo, Yeison Landero se vio en la responsabilidad de asumir esa herencia cuya grandeza no comprendió sino hasta 2015, cuando acudió a México y vio cómo idolatraban allá a su abuelo y su música.
Ha dedicado su carrera a honrar la memoria de su abuelo y a mantener su legado vivo en los corazones de quienes lo admiraron en su momento, pero también en las mentes de quienes nunca llegaron a conocerlo. A las nuevas generaciones se refiere Landero como “las más importantes” y es que, si hay algo que resonó constantemente durante el conversatorio, fue la necesidad de que los más jóvenes se sigan empapando de la cumbia y los ritmos caribeños para no dejarlos perder.
Lanzan este mensaje los mismos que han organizando el III encuentro de compositores del Caribe con la geografía social como bandera.
“Esa interacción directa que tiene el ser humano con el entorno y cómo, a partir del entorno, construye cosas”.
Explicó Primo E’Costa.
Siete años en La Arenosa “sin hacer nada”
Gamarra, por su parte, habló de cómo se vive el porro en otras regiones y reveló sus tácticas para componer sus letras. Confesó que Barranquilla y el Caribe habían sido parte de sus influencias pero sobre todo recalcó cómo había pasado siete años en La Arenosa “sin hacer nada”. Eso dijo la primera vez, provocando las risas del público, pero luego reconoció que se había ido “lleno de musicalidad” lo que le impide considerar que perdió el tiempo. Si venir a Barranquilla y “no hacer nada” es eso, yo quiero irme sin hacer nada.
Vinieron a su mente algunas mujeres que, fugazmente, se cruzaron por su vida dejándolo sin aliento pero con inspiración para componer. Al igual que a Landero le inspiraron los montes de María, Gamarra le cantaba a las imágenes que se cruzaban en su vida.
Entonces Gamarra se arrancó a cantar Imágenes, y ocurrió la magia. Todo el mundo le acompañó cantando, pero en bajito, para que se escuchara bien al maestro. Muchos cerraron los ojos, creando esas imágenes en su mente; otros se balanceaban lentamente sentados en su silla, incluso una pareja sentada al fondo se dedicó la canción mirándose a los ojos, cogidos de la mano, y la sellaron con un beso. Supongo que por eso le llaman maestro.
Cuando la tertulia terminó, comenzó la música.
El primero en ofrecer un concierto fue el Maestro Gamarra, que agolpó a la gente al borde del escenario, en un espacio donde ya no había sillas, y le cantaron a él sus canciones, mucho más que él al público.
Después fue el turno de Cumbia Queen, que daba su primer concierto sobre las tablas de La Cueva. Uno podría pensar que ponerse como nombre artístico “La reina de la cumbia” (Cumbia Queen) es pretencioso, pero entonces ella sube al escenario y la sensación al verla, como había advertido Peroza, es de la de estar asistiendo al primer concierto de alguien que será muy grande. Una voz impoluta, unas letras profundas y poderosas, una combinación de cumbia tradicional con muchas influencias. Una delicia de la que es difícil cansarse.
A Yeison Landero le acompañaron unos bailarines mexicanos, pues en su gira había descubierto cómo los vecinos del norte aman este género, cuyo baile han adaptado, y quería mostrarlo en este encuentro que lo que busca, precisamente, es expandir el arte del Caribe.
El público se unió a los bailarines y allí todos bailaron cumbia, con o sin pollera, con o sin nacionalidad colombiana. Las manos al aire, los brazos relajados, los ojos cerrados y el corazón abierto. Así se baila la cumbia en Colombia.
Cerraron el evento Gaiteros de Pueblo Santo, dejándome con la boca abierta y una profunda admiración hacia la cumbia. Las gaitas dicen tanto como las voces de Carmen y Marlon, que juntas son una combinación perfecta. En sus canciones resuenan ecos de poder, de peso, de arte. Puedes no conocer la cumbia, puedes no conocer el Caribe, pero no puedes escuchar Gaiteros de Pueblo Santo y no sentir que algo dentro de ti se mueve.
Al ser un público reducido, sentí estar en familia, abracé la cumbia, el género caribeño que todavía se me había resistido, y descubrí dos cosas: la primera, que hay que buscar a alguien que te mire como Marlon Peroza miraba a Gamarra toda la tarde, y la segunda, que no me gusta el Whisky.
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