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Tiempo de cuaresma en el mundo cristiano



Por Neptalí DV


El mundo cristiano en sus diversas denominaciones empieza hoy un tiempo muy especial que bien vivido puede ser de muy buen provecho. El tiempo de cuaresma. El símbolo que abre este tiempo es la ceniza. Por eso se suele llamar miércoles de ceniza. ¿Qué significa en el mundo judeo-cristiano que una persona se signe con la ceniza?


Desde el más endeble palillo hasta el árbol más frondoso del bosque; desde la más sencilla choza hasta el edificio más imponente (como las Torres gemelas, por ejemplo); desde el hombre más “arrastrado” del mundo hasta el más encumbrado en las estructuras sociales; al ser pasados por el fuego serán convertidos en cenizas. Tarde o temprano seremos cenizas. Como dice la canción: “Las calaveras todas blancas son: el patrón y el negrito, el frutero y el pipón; las calaveras todas blancas son. No importa cómo se muera, ni tampoco religión, las calaveras todas blancas son…”


La ceniza era utilizada en muchas religiones como signo de una actitud penitente, para reconocer las fallas humanas y los propósitos de cambio. Los ninivitas, tras la predicación de Jonás, hicieron ayuno y se sentaron sobre ceniza (Jon 3,6). Jeremías invitó a los pastores y mayordomos de la grey a cubrirse de ceniza, por los castigos que venían (Jer 25,34). Estos signos externos sirven en la medida en que nos lleven a una toma de conciencia de la realidad humana y a buscar la forma de mejorar.


Cuando nos quedamos únicamente en los signos externos y los tomamos como algo obligatorio o incluso como un rito para pedir favores, desviamos el sentido y los convertimos en distracciones dañinas. Si tomamos la ceniza como signo de un profundo deseo de cambio y con una apertura a la acción de Dios en nosotros, vale la pena, si no, mejor no nos signemos. Los ritos los hacemos valiosos o los convertimos en vacíos, nosotros, según el manejo que les demos.


El maestro Jesús en el texto que se suele emplear hoy para introducir el tiempo de la cuaresma (Mt 6,1-6,16-18) tiene una invitación central: la justicia, y tres derivaciones: limosna, oración y ayuno. Todo tiene que ir enmarcado en un deseo sincero por mejorar nuestra vida delante de Dios y de los hermanos. No para ganar admiración ni recibir los aplausos y el respeto de la gente; nunca motivados por la hipocresía de quien esconde una vida vacía y mediocre, y solo espera reconocimiento para sentir que existe. “Cuiden de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos” (v.1)


Limosna: durante la Cuaresma que empieza hoy es preciso revisar, ante todo, cómo está nuestra justicia para con Dios y para con los hermanos. La limosna en nuestro medio no es bien vista, entre otras cosas, porque muchas veces se convierte en complicidad con endigos de profesión que sencillamente no quieren trabajar. “La limosna hace al mendigo”.


En algunas ciudades se han hecho campañas educativas para evitar esta práctica ya que en diversas partes del mundo hay mafias dedicadas a la explotación de enfermos, menores de edad, indígenas, desplazados y ancianos. Estos vampiros de la sociedad se aprovechan de la sensibilidad de la gente para lucrarse ilegal y miserablemente.


La limosna era, entre los judíos, una práctica que buscaba resarcir lo que el medio le negaba a muchas personas: comida, vestidos, vivienda, etc. Se partía de la convicción de que todos eran hermanos por ser hijos de Abraham, y entre los hermanos no debería haber pobres. En este caso, hacer limosna era un acto de justicia. Analizando los signos de los tiempos podemos revisar nuestras prácticas de solidaridad. Evitar todo tipo de explotación, más aquella que se hace aprovechándose de la sensibilidad humana utilizando gente para pedir limosna. Lo que sí es un imperativo ético cristiano y humano es la justicia, la solidaridad, la equidad, para que todos podamos vivir dignamente. Necesitamos buscar formas inteligentes para canalizar efectivamente nuestra ayuda solidaria.


Oración: un árbol, para crecer bien, necesita echar buenas raíces. Si sólo nos ocupamos del conocimiento intelectual y de hacer muchas cosas corremos el riesgo de llevar una vida superficial que, tarde o temprano, nos hará estrellar y nos producirá un fuerte dolor. Necesitamos generar espacios para la oración, para estar solos en la intimidad de nuestro ser.

Además de la contaminación ambiental, en nuestro mundo hay mucha contaminación visual y auditiva. Por todos lados vemos vallas que nos invitan a consumir, consumir y consumir. En nuestro mundo convulsionado la bulla es la reina del lugar: los vehículos, los gritos de la gente, la música estridente, y si además de ello llegamos a la casa y encendemos la radio o la televisión, oprimimos más a nuestro yo interior que clama a gritos un respiro. Claro que necesitamos estar abiertos al mundo y a los signos de los tiempos, pero también necesitamos hacer un alto en el camino, cerrar la puerta y, muy en interior de nuestras conciencias, analizar y evaluar nuestro ser y quehacer, encontrarnos con nuestro Padre que ve en lo escondido.


Ayuno: Jesús no fue precisamente el maestro del ayuno. Su experiencia religiosa y humana en general, con los hermanos y con el Padre Dios, la basó más en vivir la vida cotidiana y hacer las cosas ordinarias con verdadera grandeza. Más que un asceta solitario fue un personaje muy social que le gustó compartir la mesa con todo tipo de personas. En muchas ocasiones lo criticaron y lo acusaron de ser comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores (Mt 11,18-19). ¡Eso no significa que haya despreciado el ayuno! Él sí practicó el ayuno en algunos momentos y le encontró sentido (Mt 4,1ss). Y en el evangelio de hoy lo acepta como parte de la tradición judía, pero le da un sentido particular.

¿Por qué, para qué y de qué cosas podemos ayunar? De ninguna manera si mortificamos el cuerpo vamos a estar más cerca de Dios, como pensaban durante la Edad Media. Muchas personas basaron su vida en esta premisa y todo el tiempo no hicieron otra cosa que mortificarse y muchas veces mortificar a los demás con su fanatismo religioso. Porque, según esta ideología, todo lo mundano (los apetitos del cuerpo y los placeres de la carne) eran malos y nos alejaban de Dios. Algunas veces con motivaciones religiosas o estéticas se ha caído en enfermedades como la bulimia y anorexia. Con estas características hay santos en el santoral que, aunque no dudo de su santidad y buenos deseos, no se puede ocultar sus desequilibrios psicológicos. ¡Aquellas épocas!


Con un móvil únicamente sanitario y estético, en ocasiones los nutricionistas recomiendan ayunos terapéuticos vigilados por profesionales para eliminar toxinas y armonizar el organismo. Así que, desde este ángulo es recomendable el ayuno controlado. Desde lo religioso, lo primero que nos sugiere Dios no es tanto abstenernos de comidas para maltratar el cuerpo, sino la justicia. No obstante, no nos hará mal de vez en cuando abstenernos de algo.


¿Qué tal si dejamos algún o algunos días sin almorzar o cenar? ¿Qué tal si pasamos unos días a pan y agua o comiendo sólo frutas? Cuando se pasa la hora de las comidas y no hemos comido empezamos a experimentar nuestra mendicidad existencial. Entonces comprenderemos mejor a los cerca de 925 millones de seres humanos que padecen hambre, según la FAO (Informe de 2012), a los 1.200 millones de seres humanos que sobreviven con menos de un dólar diario, y a los 2.200 que lo hacen con menos de dos (según el informe de la PNUD2001).

Luis Espinal, mártir español en Bolivia, manifestó, después de terminar una huelga de hambre durante casi tres semanas, día y noche, al lado de mineros que luchaban por mejores condiciones de vida: “Por primera vez en la vida me sentí un pequeño burgués intelectual útil al pueblo… me ha ayudado a comprender mejor al pueblo hambriento. El hambre es una experiencia de violencia que nos permite entender la osadía y la ira de un pueblo. Quien la experimenta por sí mismo, advierte mejor la urgencia de trabajar por la justicia en el mundo.” [1]

¿Qué tal si pasamos siquiera una semana sin utilizar la Internet, sin ver la TV, sin encender la radio? ¿Qué tal si dejamos el carro en el garaje, siquiera por un tiempo, y tomamos el metro, el bus u otro medio de trasporte alternativo? Entonces comprenderemos mejor a tantos excluidos que no pueden acceder a estos servicios. ¿Qué tal si tomamos en serio los graves problemas que tenemos en nuestro planeta por esta carrera consumista? ¿Qué tal si optamos por vivir realmente con las cosas que necesitamos y por dedicarle más tiempo, más energías, más dedicación a todo aquello que nos engrandece como seres humanos? Porque, como lo decían algunos viejos pensadores, Epicúreo, Séneca, los aymaras, pobre no es el que tiene poco, sino que, verdaderamente, pobre es el que necesita infinitamente mucho y desea más y más. O como afirmaba San Francisco de Asís sobre este tema: “deseo poco y lo poco que deseo, lo deseo poco”.


José ‘Pepe’ Mujica, presidente de Uruguay, en su intervención en la pasada cumbre sobre desarrollo sostenible en Río de Janeiro (2012), afirmó entre otras cosas: “El desarrollo no puede ser en contra de la felicidad, tiene que ser a favor de la felicidad humana, del amor, de las relaciones humanas, de cuidar a los hijos, de tener amigos, de tener lo elemental.


Precisamente porque eso es el tesoro más importante que se tiene. Cuando luchamos por el medio ambiente, el primer elemento del medio ambiente se llama la felicidad humana”[2]

¿Qué tal si nos abstenemos del cigarrillo, del alcohol o de alguna otra dependencia dañina? Nos quitaríamos de encima un gran peso. ¿Qué tal si nos abstenemos de ir de rumba unos cuantos fines de semana? ¿Qué tal si nos abstenemos de tener relaciones sexuales genitales por un tiempo y hacemos el ejercicio de descubrir otras formas de amar, a las cuales nunca podremos llegar si nos quedamos en una búsqueda compulsiva, narcisista y egoísta del placer por el placer?


Practicando el ayuno en diversas presentaciones, tal vez nos incomodemos un poco y nos dé algún síndrome de abstinencia: (mal genio, ansiedad, sentimiento de soledad, rabia, desazón, etc.). Pero podemos vivirlo con dedicación, aprender de esa experiencia, y abrir nuestro corazón a Dios y a los hermanos que padecen hambre, sed, desescolaridad, marginación u otros males de nuestro mundo. Y si esta vivencia nos mueve a ser mejores amantes, solidarios, compasivos y misericordiosos y a buscar caminos reales para una nueva humanidad, entonces ocurrirá en nosotros una “extraña” transformación: nos convertiremos en mejores seres humanos.

  1. [1] Revista Selecciones de Teología Vol 45 2006, p. 79. [2] MOJICA, José. En: El Espectador. Un viejo regaña al mundo. 1 Julio de 2012.

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