Tras el anuncio del regreso a clases presenciales, el panorama de ventas no ha mejorado para los libreros del Centro Cultural del Libro de Barranquilla.
I
—Buenas. ¿Ética de 2º, de Santillana? —pregunta una mujer asomándose al puesto número 5.
José García, librero de aquel puesto, no entiende la primera vez. La mujer repite el título. José tarda dos segundos en contestar:
—Nada. No lo tengo.
La mujer resopla y sigue caminando a través del pasillo. Los libreros, al advertirla, la abordan con avidez. Si la mujer cuenta con suerte, alguno de ellos tendrá y le venderá el libro que busca. Son las 11:36 de la mañana del lunes 24 de enero. José asegura que pasará media hora antes de que llegue un nuevo cliente a su local, que es uno de los primeros del Centro Cultural del Libro, ubicado en la avenida El Progreso # 33-51.
—Todos los sectores se han reactivado: hoteles, estaderos, gimnasios, etcétera —manifiesta el librero—. Nuestro sector es el único que no se ha reactivado.
II
Los padres de familia que siguen llegando a la antigua Casa Vargas lo hacen con un objetivo claro: ahorrar. Margarita García, una mujer que aparece en el edificio solo un poco antes de lo calculado por José, afirma gastarse aquí al menos la mitad de lo que gastaría comprando los libros en el colegio de su hijo, un niño de 11 años que vino con ella y que cursa 6º de bachillerato.
—El paquete de libros está en 400 mil pesos. En cambio, comprados aquí, de segunda mano, me salen en 200 y pico —dice la madre—. El ahorro se siente. Por eso todos los años vengo. En las instituciones piden demasiado por unos libros que son iguales a los que uno encuentra aquí. Son muy exigentes.
Al escuchar a su mamá, el niño sonríe, entre divertido y avergonzado.
—No —añade Margarita—. Hoy en día, nosotros no tenemos ese dinero y nos buscamos la ayuda como podemos. Yo conozco padres que tienen hasta tres niños en el mismo plantel. Imagínate tú. No se puede.
—¿También compra los útiles acá en el Centro? —se le pregunta.
—Claro. En lugar de ir a una papelería de cadena, vengo acá y consigo las cosas más económicas. Es lo mismo, pero más barato. Para mí, es tradición venir aquí todos los eneros.
III
Dice José García:
—Aquí la gente viene porque ahorra. Un libro que nuevo cuesta 100 mil, acá lo consiguen en 30 o 35. A veces en 50, porque se trata de un ejemplar casi nuevo. Pero, de cualquier forma, estamos hablando de un ahorro del 70% o 50%.
El librero saca de su estantería un libro escolar de segunda mano: Matemáticas, de la serie Savia, editorial SM.
—Este, por ejemplo, lo puedo vender en 30 mil pesos —dice García.
Quiero comprobar si el porcentaje de ahorro del que habla el librero es cierto y, estando de regreso, busco el libro nuevo en la página de la Librería San Valentín: el libro cuesta, en efecto, $98.400.
Hago el ejercicio con otros títulos:
Hipertexto Naturales, de Santillana. Precio en la Casa Cultural del Libro: $25.000; precio de ejemplar nuevo: $78.000.
Diccionario básico escolar, de Norma. Precio en la Casa Cultural del Libro: $10.000; precio en Panamericana: $21.900.
El Principito, de Emecé. Precio en la Casa Cultural del Libro: $4.000; precio en la Librería Nacional: $19.900.
IV
Dueño del puesto número 9, Elkin Llamas cuenta 48 años, 25 de los cuales los ha dedicado al oficio de librero. Antes, como sus demás colegas, tenía su puesto junto a la iglesia de San Nicolás. Allá, dice, las ventas eran mayores. Él tiene una explicación para tal descenso.
—La gente pasaba y nos veía. Venían de a cientos —recuerda—. En cambio, acá no. Inclusive hay personas que, después de todos estos años, todavía no saben que estamos aquí. Algunos locales han cerrado. La comida es todos los días; los servicios y el arriendo son todos los meses. Si tú no estás devengando dinero de un negocio, tienes que buscar cómo subsistir.
Ante la pregunta de si el anuncio del regreso de las clases presenciales ha mejorado las ventas con respecto al año pasado, Llamas sacude la cabeza.
—En 2021 las ventas estuvieron superbajas y en este año, más bajas todavía —apunta—, porque el año anterior, para esta época, ya uno veía el movimiento de ventas. Pero este año, nada. Nosotros esperamos que la gente llegue del 15 en adelante, pero mire qué día es ya y no lleg…
Elkin se interrumpe porque otro librero le dice que un hombre lo está buscando afuera del edificio.
—¿Y eso? —pregunta—. ¿Libro?
El individuo no quiere comprarle, sino canjearle un libro, pues los libreros de la antigua Casa Vargas no solo venden y compran.
—A veces —me explica José García después— los padres de familia traen sus libros y hacemos cambio, cuando a ambas partes nos conviene. Me dicen: “Te traigo los de séptimo y tú me das los de octavo”. Nosotros miramos el estado del ejemplar y hacemos el negocio. Esto es un común acuerdo, siempre.
V
Fuera de la pandemia y las clases virtuales, otra de las circunstancias que han debido enfrentar los vendedores de libros de segunda mano no solo de Barranquilla, sino de todo el mundo, es la implementación de pines en los libros escolares.
Se trata de uno código intrasferible e irrepetible que incluye cada ejemplar para que los estudiantes lo inscriban y desarrollen sus actividades en las plataformas educativas de sus respectivas instituciones.
—Esos pines los traen, sobre todo, los libros de inglés —explica José García.
El librero se queja de que, con la introducción de tal mecanismo, los colegios y las editoriales han establecido un monopolio.
—Es una venta amarrada. Los padres tienen que comprarles sí o sí a ellos. Una vez usado el pin, el libro pierde su utilidad en las instituciones. Anteriormente, el ejemplar que le compraban a un estudiante le servía al hermano; se heredaban. Ya eso no es así.
Lo que dice el librero lo confirman, del otro lado, madres como Ingrid Segovia, quien llegó en busca de los libros de la serie Hipertexto, de Santillana.
—Si pudiera —confiesa la madre de familia—, compraría todos acá, pero los libros con los que deben trabajar en línea me toca comprarlos en el mismo colegio.
Segovia es madre de dos estudiantes de bachillerato en una institución privada.
Además de la aparición de los pines, los libreros han visto cómo en los últimos años el ciclo de los libros de texto se ha reducido. "En la actualidad", dice José García, "no es anormal que la editorial renueve su catálogo cada dos años". A veces la novedad no es demasiado significativa: un CD o un cuadernillo nuevos. Como consecuencia, el ejemplar pierde vigencia académica y queda solo para consulta o, en el peor de los casos, para recortar.
Esa obsolescencia programada también afecta a los libreros, que suelen quedarse en sus estanterías con volúmenes que ya no les sirven a los estudiantes, ni a ellos.
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