La historia de un comerciante que al son de la flauta de millo llevaba sustento a su hogar una Noche de Tambó.
Comerciante del Centro de Barranquilla// Fotografía: Ángela Pertuz
Por: Ángela Pertuz
La noche estrellada del cielo barranquillero un viernes es la antesala de lo que se vivirá los 4 días de Carnaval; un preámbulo que al son de la tambora, el llamador y la flauta de millo reviste de Cumbia los 25 años de la noche de Tambo.
El escenario, escenifica las calles en la que se da cita los movimiento cadentes y tendenciosos que marca la pauta de las cumbiamberas, pues son estos el principal atractivo en la rueda de cumbia más grande realizada en estas festividades.
Propios y visitantes disfrutando de la Noche de Tambó // Fotografía: Carnaval S. A.
En toda la plaza de la Paz, se conglomera un rió de espectadores, entre propios y visitantes, quienes aprecian el sonido de la tambora en acordes de diferentes grupos musicales procedentes de todo el Caribe colombiano; y en él, mujeres adornan sus caderas con polleras y el hombre, con su sombrero vueltiao.
Esa misma noche, mientras unos son espectadores, otros utilizan el espacio como rebusque, es el caso de Juan, un comerciante ambulante que por 10 años consecutivos disfrutó de la Noche de Tambó desde un tanque cargado de cerveza, pero que desde el fondo rebosaba de esperanza.
Desde el 2009, cuando el reloj marcaba las 4 de la tarde, en un punto frió en el Centro Histórico de Barranquilla, llegaba y cargaba sus tanques, eran 2, y a eso de las 5:00pm con ayuda de su cuñado, Alfonso, un contador público que, por azares del destino, arribaba cada carnaval con el objetivo de apoyar al esposo de su hermana.
Juan preparando su equipo de trabajo // Fotografía: Ángela Pertuz
Juntos caminaban desde la calle 33 con carrera 42 y subían por toda la 44, cada uno con un tanque cargado de ilusión, a eso de las 6 de la tarde, llegaban a la Plaza y se ubicaban frente de la Catedral María Reina para esperar que cada vez llegaran más personas, según juan, en su momento este fue uno de sus eventos preferidos porque tenía la posibilidad de vender tranquilo.
Al sonar la flauta de millo, él se quedaba vigilando los tanques, mientras Alfonso, con una de las tapas en la mano derecha, cargada de mercancía, se perdía entre los espectadores ofreciendo las bebidas, y así, hasta que la luna se posara en el punto más alto del cielo.
“Ya me siento cansado, son 10 años haciendo eso y uno se agota, además ya no es como antes, ahora hay un cordón que no nos permite el acceso, todo se ha privatizado” expresa Juan con un desgano dibujado perfectamente en su rostro, al tener la comisura de sus labios hacia abajo y sus ojos perdidos entre la gente que pasa en su puesto de trabajo, pues eso de ser comerciante ambulante es solo en carnavales, porque el resto de los 365 del año los pasa sin escatimar esfuerzos con los mismo dos tanques, pero frente al Paseo de Bolívar, en pleno Centro de Barranquilla.
En la Noche de Tambó, su jornada terminaba a eso de las 2:00am cuando en sus tanques solo reposaba el hielo derretido, quien era el aviso para recorrer la misma ruta, pero esta vez de regreso.
Seguido de su cuñado recorrían las mismas calles hasta llegar a una bodega en el Centro, ahí recostaban su cabeza a la pared para esperar a que el reloj que carga en su mano sonaran con un leve pito a las 5:00 am y así, salir de nuevo al ruedo.
Hoy cansado por los años, expresa que el comercio en el Carnaval de Barranquilla ya no es el mismo, hay muchas personas vendiendo, pero a eso, se le añade el peso de los años y ese cansancio que suele ser ignorado, pero que se manifiesta y lo obliga a quedarse en su puesto habitual, aventurándose a lo que pueda ganar.
“Este año, no voy a la Noche de Tambó, y me duele porque de cierto modo lo disfrutaba…escuchar la tambora mientas mis manos rebuscaban en el fondo del frío tanque resultaba hasta amañador, pero ya no puedo, hoy resuelvo hacer una rifa y ver si me puedo ganar algo”, expresa Juan.
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