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Foto del escritorJesús Uribe

'Milo' Romero, coloreando la vida al son de la música

Actualmente, Camilo hace parte de varias iniciativas como músico y asesor en proyectos musicales. Uno de ellos es Tubará, un grupo con influencias de reggae; música afroantillana como Rock Steady, Ska; y música del caribe.

Foto: 'Milo' Romero


Por: Sonia Rocio Cañón


A sus 35 años, Camilo Romero, Milo, como lo conocen desde sus personas más cercanas hasta sus seguidores, va moviéndose por el mundo con la firme convicción de que la vida misma es música. Con los ojos mirando al horizonte, levanta sus manos dibujando en el aire, figuras cargadas de colores, al tiempo que afirma como en secreto: “oye, allí está, la música está presente. No se trata de un género musical. No. Ella está presente siempre. Nos levantamos y la gente habla con música. -Holaaaa ¿Cómo estássss…?- Está en el ritmo. En los mismos ciclos; hay día, noche, día, noche… El corazón late con un ritmo, el sistema digestivo tiene un ritmo. Está aquí, ahora… siéntela, en la brisa en el movimiento de los árboles, en todo hay música”.

El escenario esta vez es una terraza con mecedoras de colores y el cielo como techo. Mientras se mece, Camilo recuerda cómo la música se ha ido colando en su camino, hasta convertirse en su estilo de vida. Con la mirada firme, como queriendo convencer de sus certezas a quien lo escucha, ante la pregunta de ¿Cómo llega la música a su vida? afirma “la vida va poniendo las cosas donde son. Cuando yo estaba pequeñito mi mamá me metió a estudiar música, una vez mi profesora estaba tocando algo y se equivocó, yo dije –¡ay, profe, se equivocó!- Ella se quedó mirándome entre sorprendida y molesta. Después, le dijo a mi mamá que yo tenía sentido musical y que debía explotarlo”. Mientras estuvo en el colegio, Milo participó en muchas orquestas, recuerda que siempre lo llamaban de otras instituciones educativas para que se presentara.

Al ir avanzando en su formación, se convirtió, en lo que en el argot musical llaman un músico de tarima. Le gustaba mucho tocar y viajar, pero afirma haber descubierto en el camino, que “la música es una experiencia que le da emociones al ser humano. Cuando veo a alguien que cierra los ojos, se empaquita, o un niño que se ríe porque está bailando. Cuando veo la gente se emociona, se sensibiliza. Allí descubro que la música está presente en todo. Al nacer, al morir, el sonido también está presente. Decir que la música es mi vida es un poco romántico, pero esa es la verdad”.


Archivo 'Milo' Romero

Milo creció en un hogar compuesto por él y su madre, a quien recuerda como una mujer llena de conocimiento. La lectura era una actividad propia del día a día en su casa. “Yo crecí un ambiente académico, mi mamá siempre fue muy dada a estudiar. Ella era conferencista, y uno de los grandes ejemplos que me dejó, es el de nunca parar de estudiar. El aprendizaje siempre ha sido un tema constante en mi vida. Formarse es algo natural; no es un trabajo, es una disciplina. Y en ese orden de pensar que no todo está dicho, siempre hay un interés en buscar profundizar más sobre lo que hago, que es interesante porque no se vuelve uno como un ‘obrero de la música’ sino que reflexiona sobre el acto desde la academia, y eso le da más valor al ejercicio”.

En los recuerdos de Camilo, Mabel Moreno, su mamá buscaba mantenerlo ocupado permanentemente. Mientras nos cuenta, abre los ojos y resalta “Mi mamá fue madre soltera, a ella le tocó trabajar mucho. No siempre estaba en casa, le tocaba decidir, -o trabajo, o estoy contigo-. Es así como, para ocupar ese tiempo de ausencias, Milo siempre estaba en cursos de teatro, deportes y, por supuesto, música. Escenarios que sin duda le permitieron fortalecer su vena artística y su sensibilidad frente al mundo que lo rodea.

En ese afán de que Milo aprovechara su tiempo y no estuviera solo en casa, una tarde su mamá lo llama y le dice que está en el SENA, y que quiere inscribirlo en un curso. “Ella me leyó la lista de lo que había disponible y a mí Telecomunicaciones me sonó bacana, pero no resultó ser lo que yo pensaba. Pero, ¡oh sorpresa!, abrieron un grupo de música para los estudiantes del SENA y pensé: allá voy yo. Me conocí con el profesor, arrancamos los ensayos y me dije, ¡no es para más! Terminé mi carrera y me metí a estudiar por las noches en la EDA (Escuela Distrital de Artes). Entonces le dije a mi mamá que iba a dedicarme a estudiar música. Desde entonces sé que no quiero hacer nada diferente. Es lo único que sé hacer”.

A los 17 años Camilo se enteró que su mamá tenía cáncer y luego de dos años de acompañarla y atenderla, Mabel murió. “Siento que los años que viví con mi madre fueron una preparación para ese momento. Cuando mi mamá salía a trabajar me dejaba notas, por ejemplo, el almuerzo está en la cocina, caliéntalo en baño maría. A mis 13 años yo le indicaba a mi mamá qué buses le servían cuando salía. Entonces, digamos que fue un entrenamiento. Cuando ella muere yo me sabía defender solo. Pero no lo había asimilado bien hasta después, cuando empiezo a reconocer las chispas que hacen tomar las decisiones. Con una sonrisa llena de agradecimiento y los ojos fijos en el escenario musical en el que hace un rato dibujaba la música que trae el viento, asegura: Mi mamá hizo un buen trabajo en temas de crianza”.



Archivo 'Milo' Romero

“Cuando yo empecé a estudiar música, como la mayoría de gente que estudia esta carrera, yo quería dedicarme a tocar, a ser virtuoso con los instrumentos. Cuando yo estaba en ese viaje mi mamá muere, yo quedo en un limbo emocional. Me dediqué a tocar. De hecho, a veces tocaba hasta en los buses mamando gallo con un amigo. Me la pasaba estudiando, estudiando y tocando”.

Camilo destaca la importancia que ha tenido la música en el desarrollo de su vida y la toma de decisiones. “Al año de la muerte de mi mamá llegaban a la casa los amigos y proponían formar rumbas y desorden. De 5 fiestas que proponían yo hacía una. En realidad no me interesaba. Siento que la música, el contacto con las artes, me dio herramientas para tomar decisiones de forma más reposada. Sí. A veces la misma dinámica del entorno te hace sacar de tu vida las cosas que no son importantes. Yo estoy más en sintonía viendo la forma de las nubes, las sombras. La música me ha enseñado a encontrar esa sensibilidad y sentido en las cosas sencillas. Cuando a ti te dicen que tienes que tocar un instrumento más suave para escuchar a otra persona, desarrollas otras sensibilidades y valores. La música se relaciona hasta con la digestión. Cuando desarrollas esa sensibilidad, nunca vuelves a ver el verde de una mata igual al de otra”.

Camilo sigue hoy viviendo en su casa materna. Allí, en el barrio Chiquinquirá, donde los vecinos afirman conocerlo de toda la vida y lo describen como ‘un buen pelao’ ‘descomplicado’, ‘extrovertido, chévere’, ‘buen amigo, buena persona’. Khaty, su vecina, afirma que es un joven alegre y, sobre todo, muy responsable. “Conozco a Camilo desde que era un niño, desde que vivía con su mamá. Me parece una persona muy responsable. A pesar de que quedó solo desde muy temprano, ha sido una persona muy, pero muy responsable. Con decirles que siempre le pongo a mi hijo de ejemplo a Camilo, porque me le quito el sombrero. Es una persona que ha salido adelante sola”.

A su casa llegan sus amigos, sus conocidos, los que quieren escucharlo en los ensayos, los que quieren pasar un rato hablando con este joven creativo y, por supuesto, los compañeros de sueños, que son muchos.


Archivo 'Milo' Romero

Actualmente, Camilo hace parte de varias iniciativas como músico y asesor en proyectos musicales. Uno de ellos es Tubará, un grupo con influencias de reggae; música afroantillana como Rock Steady, Ska; y música del caribe. Otro de sus proyectos es Tonada en el que prima la interpretación del Bullerengue y la música tradicional. Asimismo están Spitting Fire y Bhags que son de música urbana y reggaeton. También compaña a un grupo que se llama Germán Ramos.

Milo asegura que su amor por la música no excluye ningún género, pero que tiene sus preferencias. La música popular lo conecta más con la las personas, con la cotidianidad, con la vida misma. Afirma que se desligó de lo que él llama ‘la música académica’, por considerarla poco asequible a la gente. “He desarrollado la idea de que el jazz y la música clásica son para músicos. Yo prefiero la música popular. Mira, te lo explico así: pensemos la música, en colores. Hay canciones amarillas, azules y rojas y la gente se abre con facilidad a estas porque son básicas. A diferencia del jazz y la música clásica, que tienen muchas tensiones, son más morados con pizcas amarillas. Por ejemplo, en el parque no puedes ir trotando escuchando jazz, porque hay muchas disonancias y tensiones. Diferente al bullerengue. Si ponemos dos tambores aquí, puede haber la gente que sea, que todos pueden participar, bailar, acompañar. Eso me conecta más con la gente. Me llena.”

Para Camilo Romero ser músico tiene poco que ver con el instrumento. Él asegura que se trata de tener musicalidad, entender, transmitir y usar la música para algo en específico. La música, en sus palabras, es una experiencia global: “yo toco bullerengue, salsa, bossa nova, reggaetón, champeta, rock reggae. Si me llaman en una orquesta sinfónica yo me le mido. No soy el músico más virtuoso en el instrumento pero siempre lo trabajo. Yo encontré en la música un sentido más allá de saciar el ego, es una manera de devolverle a la vida algo de lo mucho que nos da”.

En este contexto le preguntamos ¿Cuál es el papel de la música en la construcción de la sociedad y de vida? Emocionado, une sus manos, con el gesto de quien junta piedras preciosas “ la música es un acto colectivo, Tú tienes que saber escuchar a los demás. Tienes que saber que hay un momento para tocar y hay un momento para escuchar. Si hay un instrumento y hay tres personas que lo quieren, es un ejercicio también de compartir. Tienes que hacer algo con otras personas para que haya un resultado. O sea, sí o sí, ya sea en un grupo o un ensamble, tiene que haber un trabajo en conjunto para que haya un resultado. Es como el cuerpo, si una parte de él no está funcionando, hay que ver qué se hace, porque todo puede empezar a fallar”. A diferencia de los pianistas concertistas, que reciben los aplausos de la gente para ellos solos, por su talento, bacano, pero yo siento que es más chévere cuando es un acto colectivo.”

En los últimos 2 años Camilo Romero ha desarrollado una de sus facetas más retante y sanadora. El trabajo con niños. Aunque al inicio no se sentía cómodo, empezó enseñando música folclórica a niños de 7 u 8 años. Un tiempo después, una amiga con quien estudiaba en Bellas Artes, le contó que había una vacante para hacerle una la licencia de maternidad a una profesora. “Entonces yo fui pa’ esa”, dice y desde desde ese momento está vinculado en la enseñanza de música para niños de primera infancia.

En este momento a camilo se le corta la voz y con los ojos brillantes por dos lágrimas, que se rehúsan a salir, afirma “Comenzar a compartir mi experiencia musical con ellos, me permitió conectarme con mi niño interior. Ha sido un proceso de crecimiento. Yo amo ese momento de la vida que es la niñez. Respira profundo, como queriendo comprometer su palabra y, con fuerza, dice “ quiero dar clases en universidades, tener un hijo, seguir viajando, entender el cerebro de los niños. Creo que con ellos hay mucho por trabajar.

Hoy Camilo Romero sigue moviéndose por el mundo con la certeza de que las casualidades no existen. De que cada momento de su vida ha sido una oportunidad para entender situaciones de su niñez. Se enjuga las lágrimas con las mismas manos con las que hace música y murmura “Fue como curarme. Gracias a todo este proceso de vida, hoy sé que mi propósito es transformar a través de la música, sensibilizar a la gente, hacerlos conectar con sus emociones”.

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