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Madrid es un manglar en Barranquilla

En España uno tiende a no unir nunca dos conceptos: el cielo encapotado y el calor. Las amenazas de lluvia suelen dar tregua a las altas temperaturas y el día veraniego se vuelve más llevadero sin el sol incidiendo directamente sobre nosotros. El 26 de julio, Día Internacional de la Protección del Ecosistema del Manglar, amaneció encapotado en Barranquilla y una española, todavía recién llegada, pensó que sería un día maravilloso para una excursión al aire libre. Pero el Caribe tiene sus propias reglas. .

Por: Lucía López Sierra


Me uní al equipo de Regióncaribe.org en esta jornada en la Ciénaga de Mallorquín, una laguna costera al norte de Barranquilla en la que se encuentran, además de una rica fauna de reptiles, aves y animales marinos, cuatro especies de manglares. Aquel día ellos eran los protagonistas.


El mangle (árbol que conforma el manglar) nace entre dos ambientes, el marino y el terrestre. Esta confluencia lo convierte en un ecosistema singular, pues parte de su estructura está en contacto con la tierra y otra parte con el mar. Además de su curiosa localización, la comunidad manglar es de gran importancia para la conservación de especies de animales, que se alimentan de ellos o se refugian entre sus raíces, y para el equilibrio ambiental de la ciudad. El manglar actúa como un regulador natural del clima y como pulmón de la zona.


En los últimos años, la acción humana ha deteriorado gravemente la zona y existen proyectos para recuperar el terreno lastimado y evitar la pérdida de un ecosistema. Uno de ellos es Manglar Mallorquín, un proyecto que pretende recuperar y conservar el ecosistema manglar de la Ciénaga de Mallorquín.


Con ellos estábamos citados en el estadero El Tambo, a orillas de la ciénaga, desde donde ya se podían apreciar las que eran, junto a los manglares, las cuatro homenajeadas del día: las Superpoderosas. Se trata de una flota de cuatro lanchas que se inauguraron ese mismo día con el pretexto del Día Internacional de la Protección del Ecosistema del Manglar. Diseñadas y decoradas por cuatro artistas urbanos de la zona, componen la primera galería de arte flotante de la ciudad. Cada una de las lanchas ha sido bautizada con una de las propiedades del mangle: Nicolas Ayala es el autor de Refugia, Roberto Barraza el de Oxigena, Joe Echeverri el de Protege y Rubén Terán de Alimenta. Porque el mangle refugia, oxigena, protege y alimenta.


La jornada comenzó con un coloquio en el que participaron dos de los artistas, Nicolás Ayala y Roberto Barraza, junto con representantes de Asoplaya (Asociación de Pescadores del Corregimiento La Playa) y de Manglar Mallorquín. Durante unos minutos se charló sobre la necesidad de recuperar el ecosistema así como de las cuatro modalidades de manglar que se encuentran en la ciénaga: Mangle Rojo, Zaragoza, Negro y Blanco.


Haciendo gala de todas las especies animales y vegetales que pueblan la ciénaga, se dio paso a un desayuno basado en productos locales, donde la estrella fue la empanada Siete Polvos. Es una empanada rellena de siete clases de pescados cuyo efecto en nuestro cuerpo, aseguran, es equiparable al de siete polvos. El desayuno estuvo acompañado de fruta, jugos naturales y los gatos y perros de la zona del manglar que se acercaban a solicitar su ración matutina.


Del estadero nos trasladamos al interior de las lanchas. El equipo de Región Caribe y yo fuimos en Refugia, donde coincidimos con su autor, Nicolás. Subidos en su creación nos contó que le había dedicado dos jornadas enteras al diseño de la lancha y que llegó a la ciénaga a las seis de la mañana para poder realizar la tarea evitando el sol. A mi derecha iba sentado el escultor Andrés Ribón, quien aprovechó la ocasión para preguntar al otro artista detalles técnicos del diseño y las capas de pintura que volaban fuera de mis áreas de conocimiento, pero fue muy agradable escucharlos.


La ciénaga de Mallorquín no es muy profunda, por lo que la tarea más difícil de toda la jornada fue bajar de las lanchas. Los trabajadores de la ciénaga no podían acercar lo suficiente las lanchas, que tocaban la arena del suelo a varios metros de distancia de la orilla. Para que los visitantes no nos mojáramos, se les ocurrió hacer un improvisado puente entre las lanchas de forma que la lancha más pequeña, Oxigena, estuviera colocada sobre la arena. Atravesando todas las lanchas unidas llegamos a la zona de los manglares.


Nuestra misión ese día era clara: conocer el mangle y participar en su repoblación. Los mangles que plantamos eran ejemplares que germinaron hace dos meses, con un tallo largo y un par de hojas en la parte superior, que permitía plantarlos en la profundidad de la tierra húmeda y arenosa en la que crece el mangle. Los manglares se plantan en triángulo, de tres en tres, a una distancia prudencial los unos de los otros. Cuando crecen, tanto sus raíces como sus ramas se enredan las unas en las otras y sirven de refugio para los peces más pequeños que huyen de los ejemplares más grandes.


Para plantar un mangle exitosamente hay que ser rápido y decidido. El equipo de la ciénaga hace un hoyo en la tierra con un palo largo, clavándolo con fuerza como si cazaran un pez con un arpón, y luego ensanchan el agujero moviendo el palo el círculos. Cuando extraen el palo debes introducir el mangle rápidamente, pues la arena tiende a cerrarse de nuevo. Una vez el mangle está dentro de la tierra, hay que hacer presión para tratar de hundirlo un poco más, pues es un tallo alto y delgado que puede doblegarse ante la fuerza del viento; después hay que cubrir la parte superior con tierra y apretar un poco más.


Por último, y no menos importante, hay que ponerle un nombre a tu mangle. Existe un mecanismo todavía por descubrir en nuestro cerebro que se bloquea cuando nos piden que pensemos en algo. Como cuando alguien te da la playlist que está sonando y sin previo aviso te dice “escoge la siguiente canción”. Aunque llevas quince minutos pensando en canciones que te gustaría que sonaran en lugar de las que eligieron tus amigos, en el momento en el que te toca elegir a ti no sabes qué poner. Pasa lo mismo cuando te mudas a otro continente y alguien te pregunta cuál es tu parte favorita de tu ciudad natal. De repente no te acuerdas ni de cómo es la calle en la que vives. Usualmente, a los treinta segundos de haber dado una respuesta atropellada, una mucho más acertada viene a la mente, pero ya no hay nada que hacer.


Mientras la primera voluntaria sostenía su mangle, Rocío se acercó a mí y me preguntó cómo pensaba llamar al mío. Yendo en contra de ese mecanismo todavía por descubrir, yo miré la caja con los mangles y vi cómo las raíces, blancas y fuertes, se habían aferrado a una tierra, aquella en la que habían germinado de la semilla, y en pocos segundos debían de encaramarse a otra nueva, que sería su nuevo hogar. Yo, que estoy viviendo algo muy similar estas semanas, empaticé con los mangles. “Madrid” respondí con el corazón encogido como las raíces de ese mangle.








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