María del Rosario Ospino Ospino, la madre abnegada que a sus 101 años despidió con honores a su Rey Vallenato, hizo varias confesiones sobre ese hijo que alegró la vida con música, dejando enormes huellas marcadas en el suelo del folclor.
María del Rosario Ospino Ospino
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
Ay levántate María, ven acá
que es tu negro que te llama.
Ay levántate María, ven acá
yo te llamo con empeño.
Ven acá querída mía
deja la cama y el sueño.
La petición que le hiciera hace muchos años el juglar Francisco ‘Pacho’ Rada Batista a su mujer, María del Rosario Ospino, en el son ‘Levántate María’, esta vez no fue obedecida, porque ella en vez de levantarse, lloró por la muerte de su hijo Alberto Constantino Rada Ospino.
Esta mujer abnegada y decidida es toda una historia andante e importante protagonista del folclor, que a pesar de que los años la siguen visitando, ella ni los tiene en cuenta. Ya suma 101, nació el 15 de abril del año 1918, y está campante y sonante recordando al pie de la letra diversos episodios familiares, recibiendo el cariño permanente de sus incontables nietos, bisnietos, tataranietos y siendo alimentada por esas canciones que siempre rodean su amplio entorno provinciano.
María, de un momento a otro se queda pensativa, mira hacia el cielo, y como iluminada desde el más allá, expresa: “Esos son los designios de Dios, Alberto ya no me podrá llevar a mi tumba”. Agacha la cabeza, y guarda silencio mientras muchas lágrimas se pasean por sus mejillas, las cuales no intenta borrar. Lloró, y de esa manera explicó su dolor.
Bosquejar en letras su inmensa tristeza se hacía imposible, y ni haciendo el recorrido completo de la A hasta la Z se lograría encerrar en frases lo que sentía la bondadosa madre.
Ya un poco calmada, fue relatando paso a paso toda la historia de ese hijo que sobresalió en el arte musical por su empeño y dedicación, y porque quiso seguir los pasos de su padre.
Alberto Constantino Rada Ospino. (Q.E.P.D.)
“Desde niño fue sumamente inquieto y todo lo quería aprender lo más rápido posible”, señala entre trazos de lejanos recuerdos. Entrando en el terreno musical, donde un acordeón en infinidad de veces fue el mejor alimento en su hogar, anota que su hijo fue un aventajado: “De su papá recibió las mejores clases, y desde los ocho años ya estaba tocando el acordeón”.
Hace una parada, y continúa en medio de esas bellas añoranzas: “Hoy puedo decir con conocimiento de causa que el son se apellida Rada. Siempre ‘Pacho’ (Francisco Rada Batista) tocaba más los bajos que los pitos. A mí me hizo varios cantos, recuerdo ‘Levántate María’, ‘María del Rosario’, ‘Tú verás María’ y ‘Se fue mi palomita’. Él, todo lo volvía son y algunos no fueron grabados”.
Hizo un pequeño silencio para llamar un recuerdo, y anotó: “La letra original de la canción ‘Levántate María’ dice: Levántate María, ven acá que es Francisco que te llama. Pero la grabaron ‘es tu negro quien te llama’. Negro, podía ser cualquiera”, haciendo reír a los que la escuchaban.
Canción de su gusto
De un momento a otro, miró la vitrina donde están todos los trofeos y diplomas a los que se hizo acreedor su hijo Alberto ‘Beto’ Rada. Enseguida, recordó muchas canciones, pero se quedó con una especial. Se trata de ‘El mismo de siempre’, grabada por el artista Silvestre Dangond.
Por primera vez, sonrió y manifestó: “Que canción tan linda. Esa me gusta, y más grabada por ese muchacho llamado Silvestre”. Entonces, María se llevó las manos al pecho y enseguida hizo una interesante declaración: “Dígale a ese muchacho que lo quiero conocer para darle las gracias, y decirle que hace parte de los tesoros de mi corazón”.
María volvió a llorar con esa mezcla inigualable donde los sentimientos se chocan de manera directa con las vivencias del ayer, logrando que el equilibro emocional ingrese a los terrenos del alma.
“Me siento agradecida con Dios porque me regaló un hijo bueno, noble y lleno de virtudes. Nunca me desamparó, y cuando se enfermó, mis primeras oraciones fueron para él, pero ante la voluntad de Dios no hay nada que hacer”. A continuación, hizo señas de resignación ante su sentida partida.
María del Rosario Ospino Ospino
Mujer buena
La inspiración tuvo el más grande nido en la memoria de Alberto ‘Beto’ Rada, y su última composición se la dedicó al amor de su vida, su esposa, María del Socorro Andrade, la mujer que supo hilvanarle las piezas de su corazón por más de 60 años, logrando que el viento de la vida sonriera a cielo abierto.
‘Quedó un negro solito’ es el nombre de la canción. Él, ante el llamado de Dios a su amor eterno aquel siete de febrero de 2018 quedó encerrado únicamente con las tristes notas del recuerdo durante un año, nueve meses y 23 días, hasta que partió a su encuentro.
“María del Socorro fue una mujer buena, muy jovencita comenzó a vivir con mi hijo Alberto Constantino, nombre que se le puso por su abuelo paterno. Tuvieron una vida feliz. Ese fue un amor ejemplar”, indica María Ospino.
Ser inmortal
A través de muchos episodios se calcó en diversas facetas la despedida del Rey Vallenato 1993, su señora madre no se cansó de añorarlo y quiso quedarse en Valledupar hasta que se cumplió el último rezo pidiendo por el eterno descanso de su alma.
Después, tenía previsto regresar a su tierra El Difícil, Magdalena, donde seguirá contando las hazañas de su ‘Beto’, quien fue un excelso gladiador del folclor y alcanzó la corona del Festival de la Leyenda Vallenata cuando Dios quiso, y puso a cabalgar sus dedos en el teclado del acordeón resucitando el sonido de los aires de paseo, merengue, son y puya.
Al final, con la voz entrecortada, la matrona María Ospino, con quien ‘Pacho’ Rada tuvo tres hijos, aseveró: “Alberto Rada será inmortal. Eso se lo ganó a punta de acordeón”. Eso es muy cierto, porque las palabras de una madre se escuchan hasta en la eternidad y tienen el encanto de un jardín florecido.
María, la hija de Juan Evangelista Ospino Cáceres y Benilda Esther Ospino Altamar, protagonista de aquella célebre canción en aire de son, se quedó mirando el firmamento y obsequió un largo silencio donde se definía claramente haber cumplido con su deber de amar, sepultar y rezar por su hijo amado.
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