El fotógrafo del proyecto Caribe Pensante Wilber Lareus , quien hace parte de la primera línea a través de una fundación, capta los retratos de quienes padecen el hambre en las calles de Barranquilla y nos cuenta esta crónica.
Bloggero invitado : Wilber Lareus
El sol de mediodía no se percibe de la misma forma dentro de un traje de bioseguridad. Después de más de 40 días en aislamiento social preventivo dentro de mi casa, por motivos laborales he salido a la calle, a ver al rostro a la COVID 19 y fotografiarla.
Las zonas seleccionadas para visitar y entregar almuerzos buscando de alguna forma apaciguar el hambre que se vive en sus barrios, son las denominadas vulnerables dentro de la capital del Atlántico.
La primera parada es la Plaza de San Nicolás, en pleno centro de Barranquilla. Bajamos del carro que nos moviliza, solicitamos hacer una fila para poder entregar los almuerzos aún calientes que traemos y cada una de las personas que nos rodea, de forma organizada toma distancia con sus brazos, sin tocarse, justo como en el colegio.
Saco mi cámara y en medio de las miradas asombradas de los habitantes de calle con quienes interactuamos en primer lugar, comienzo a notar un mar de emociones que van desde la esperanza y la felicidad, hasta la fatiga y el desconcierto. Escucho como algunos agradecen por ser lo único que estómago recibirá ese día. De repente ya el calor no importa mucho, casi ni se percibe. La inseguridad propia del estigma de este lugar pasa a segundo plano. El virus que se estaba contagiando aquí era el de la solidaridad.
Todavía no alcanza a ser la 1:00 de la tarde y ya nos desplazamos a nuestro segundo lugar: el cartucho Quillero. Por las calles sólo se ve caminar al fantasma del hambre. Este espacio, ubicado en el corazón de la capital del caribe colombiano, se encuentra abandonado a su suerte. El ambiente percibido desde calles antes a ingresar es lúgubre y denso; senderos llenos de basura, desechos humanos y habitantes de calle viviendo en medio.
Paramos el carro y comienza la misma dinámica de tomar distancia y hacer fila. Dos ancianos, visiblemente mayores de setenta años, se pelean la comida que acabamos de darles. Justo detrás de ellos, en una pared maltratada por el tiempo y fogatas improvisadas en tanques de aluminio, se lee un grafiti que quedó en mi retina y cámara: “Todos Moriremos”, firmado por el artista Bebe.
Por muy alocado e incomprensible que pueda parecer, en aquellos lugares de mayor hostilidad y agresividad, siempre existirá un destello de esperanza.
Algo que indica que el amor siempre estuvo y estará, y que al final siempre vence; ese diferencial que hace que nos bailemos nuestras desgracias. Esto me lo deja claro una señora adulta, quien al acercarse para agradecerme por la labor, me hace ver que su cotidianidad es tan caótica que la priorización del hambre opaca el resto de cosas en la lista. “La vida debe continuar” es el mantra más escuchado por estos días.
Seguimos el recorrido. La urbanización La Playa es la siguiente estación. El cielo empieza a llenarse de nubarrones como en la letra del vallenato del Binomio que suena en la tienda donde estacionamos. Casi son las 2:30 de la tarde y cada vez siento menos el traje que traigo puesto.
La gente rodea de forma incrédula el carro, y al mencionarles que les entregaremos algunos bonos redimibles para comprar comida,
Escuchamos insultos de una mujer que estaba convencida de que nosotros éramos una estafa para contagiarlos con el virus y usarlos para el ahora famoso “cartel del COVID”.
Sorprendentemente, la desinformación se esparce mucho más rápido que el propio coronavirus y puede desencadenar violencia, como ya ha ocurrido en otras zonas de la ciudad.
Más allá de los bonos, la mayor ayuda que llevamos al barrio La Playa fue la reflexión acerca de la situación que estamos viviendo y el mensaje de que la desinformación no puede reinar en tiempos de pandemia.
Empieza a llover y entendemos que los amigos de lo ajeno no son el único factor de inseguridad para nuestra labor, pues por estos días aparecen los arroyos como trampas mortales. La jornada debe continuar pues aún nos falta el suroccidente de Barranquilla y quizás una parte de Soledad.
En nuestras últimas paradas nos encontramos con muchas personas en las calles del suroccidente y recurrimos al acompañamiento policial debido a riñas que se formaban alrededor del camión con los mercados y un intento de saqueo al mismo. Es difícil quedarse en casa con el hambre ardiendo en los estómagos de tus familiares, y teniendo la informalidad como única manera de llevar sustento diario al hogar.
La otra cara de la Barranquilla afectada por la pandemia no sonreirá plenamente hasta no ser vista, escuchada y atendida por quienes fueron electos y tienen el deber protegerla y ayudarla. Esta vez pudimos estar nosotros allí, pero no puedo evitar preguntarme qué ocurrirá una vez no haya nadie para ellos. Vuelvo a mi hogar donde estoy resguardado del virus, y mientras reviso las fotografías que capturé en la jornada.
Pienso en aquellos para quienes el quedarse en casa, significa permanecer en cambuches improvisados con lonas o estructuras de tablas de cama y tejas de vallas publicitarias caducadas.
Autor Equipo de Caribe Pensante :
"Esta plataforma digital busca divulgar a través de podcast, clips y visuales los imaginarios sociales positivos y las expresiones culturales que giran entorno al individuo caribe colombiano reforzando así nuestra identidad y estimulando la construcción de memoria. "
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