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Jhon Grass: bailar para salvar (y salvarse)

Un grupo de diez adolescentes entre los 14 y 17 años hacen ejercicio en un parque público. Se turnan para ocupar las barras de hierro forjado. Hablan, cuentan las repeticiones, bromean. La escena parece cotidiana, salvo que estamos en la ciudad portuaria de Buenaventura, Valle del Cauca, a finales de la década del 2000.

Jhon Grass

Un grupo de diez adolescentes entre los 14 y 17 años hacen ejercicio en un parque público. Se turnan para ocupar las barras de hierro forjado. Hablan, cuentan las repeticiones, bromean. La escena parece cotidiana, salvo que estamos en la ciudad portuaria de Buenaventura, Valle del Cauca, a finales de la década del 2000.


Es una zona de conflicto. Hay presencia de frentes guerrilleros y bloques paramilitares. Ese día, un camión se detiene en el parque. De él se baja un grupo de hombres vestidos de jean y camiseta. Empuñan revólveres. Los muchachos se interrumpen y, las sangres heladas, se miran entre sí. Con voz autoritaria, uno de los hombres les pregunta quiénes tienen más de 15 años.


Hay un silencio.


Los jóvenes vuelven a mirarse los unos a los otros; algunos levantan la mano con timidez. El hombre mira a los aludidos, asiente y anuncia:


—Bienvenidos a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.


Uno de los elegidos intenta escapar y los reclutadores van tras él. Dos hermanos, que también habían levantado la mano, aprovechan el momento y huyen a toda prisa del parque. Se deslizan por una ladera. Oyen disparos a sus espaldas.


Llegan a su casa asustados y jadeando. Le cuentan a su mamá y ella de inmediato toma la decisión: para protegerlos, los mandaría a Barranquilla.


Por el trabajo de su papá, que era oficial de la Armada, los hermanos habían vivido en Cartagena, Bucaramanga, Viterbo, Guacarí y Barrancabermeja, aparte de Buenaventura y Barranquilla.


***


Los dos hermanos se llaman Jhon Freddy y Jaime Eduardo Grass Alonso. En ese entonces, el primero tenía 16 años y el segundo 18. A Barranquilla llegan a vivir con una amiga de su mamá, en una casa del barrio San José. Al principio, las condiciones del lugar eran precarias: vivían con solo las colchonetas y los abanicos. Poco a poco fueron comprando el resto de los artículos domésticos. Jhon, por intermediación de su papá, consigue un trabajo como auxiliar de soldadura en los muelles de Las Flores. Allí, todos los días, de 6 de la mañana a 5 de la tarde, limpia, pinta y descascara el óxido de los barcos que fondean en el desembarcadero.


Por la cercanía de San José con barrios disfuncionales como La Chinita y Montes, Jhon y su hermano tuvieron contacto con pandilleros y delincuentes. Jhon, a través del baile, logró evadirse del influjo del hampa; Jaime, en cambio, se volvió drogadicto. Para costear su adicción, robaba y vendía los pocos objetos de la casa. Sufrió tres sobredosis de heroína. El problema continúa hasta hoy. Jhon dice que a su hermano mayor se le han brindado todas las ayudas posibles, pero que ninguna ha surtido efecto.


Ver a Jaime en tales condiciones despertó en su conciencia el afán de ayudar a otras personas con las mismas y otras complicaciones. Más adelante, habría de convertir las labores sociales en uno de sus propósitos de vida.



***


Cansado de ser un operario sin estudios formales, Jhon decide ingresar al SENA y termina un curso técnico en Mecanizado de Productos Metalmecánicos, gracias a lo cual se vinculó a una prestigiosa distribuidora de equipos para la construcción. A los 20 años se va de la casa de San José, se casa y nace su hijo, que hoy tiene 5 años. Al cabo se separa. En esa época, vuelca buena parte de su interés en el break dance y, a raíz de eso, abrigó la ambición de emprender sus estudios profesionales. Fue así como a los 22 años, luego del segundo intento, empezó a estudiar Licenciatura en Cultura Física, Recreación y Deportes en la Universidad del Atlántico.


Aunque fue en Buenaventura donde Jhon vio por primera vez a un jovenzuelo practicando los giros y botes característicos del break dance, fue en Cartagena donde empezó a consolidar sus destrezas. Ya vivía en Barranquilla, pero viajaba con frecuencia a la capital de Bolívar, donde tenía varias amistades. Allá se fortaleció su afición.


“El break, como cultura y baile”, dice, “fue creado para evitar el conflicto entre pandillas del Bronx y Brooklyn. Eso me motivó a hacer un cambio en mi persona. Fue mi refugio”.

Jhon ejecutando un bote conocido como “árabe”, paso característico del break dance

El primer grupo de bailarines o “B-boys” al que se unió fue Sound Master Breakers, recién instalado en Barranquilla. Hasta entonces practicaba solo. Luego cofundó otro grupo llamado Seres Vivientes, con los cuales estuvo vinculado al proyecto "Jóvenes con Propósito" de la Alcaldía Distrital, durante la administración de Elsa Noguera. El objetivo de ese programa era "formar jóvenes barranquilleros para la vida a través de actividades como el baile, el rap y el fútbol".


Más tarde dejaría Seres Vivientes para fundar, en 2014, el grupo Three For One, que son los actuales representantes máximos del break dance de la Costa Norte en Colombia. Gracias a sus videos ejecutando exigentes coreografías, el número de sus seguidores en las redes sociales fue aumentando poco a poco.


***


Jhon había ayudado a varias personas en el pasado, pero todo ganó más seriedad en junio del año pasado. Cierto día estaba haciendo una reparto de herramientas en La Circunvalar, ya que había montado una distribuidora junto con uno de sus mejores amigos. De repente vio a un hombre caminando descalzo sobre el hormigón, en pleno mediodía, con un costal al hombro. Jhon le dijo a su amigo que frenara; se bajó, se le acercó al desconocido y le regaló sus zapatos. Dice que su amigo grabó el episodio sin que él lo supiera; Jhon subió los videos a sus historias de Instagram y, en poco tiempo, se volvieron virales.


Varias personas, desde diferentes partes de Colombia y del mundo, le escribieron ofreciendo ayudas y donaciones para el hombre del video. En ese momento, Jhon se dio cuenta de que podía utilizar el tamaño de su plataforma (hoy tiene más de 94 mil seguidores en aquella red social) para ayudar, como intermediario, a los desfavorecidos.



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“¿Qué es lo que hago yo con mi Instagram?”, explica Jhon. “Primero, me entero del caso de una persona con una necesidad: por ejemplo, que le falta una silla de rueda, una cama, comida, ropa, etcétera. Después me dirijo hasta allá, la visibilizo en mi cuenta y entonces las personas interesadas me escriben para dar sus aportes”.

Dice que, a fin de evitar malentendidos, no suele recibir dinero: por lo general y en la medida de lo posible, pone en contacto directo al necesitado con el donante para que este último le haga llegar su ayuda.


Con el tiempo, llegó a conocer a un grupo base de donantes que lo buscan para ayudar en casos específicos. Jhon, por esto, llama a su Instagram “La Ventana de la Ayuda”.


Durante un tiempo, trabajó con la influencer Andrea Valdiri y, desde allí, ideó y participó en entregas de mercados o juguetes en barrios del suroriente de la ciudad. Una vez se desligó de Valdiri, realizó otras obras sociales: por ejemplo, a un niño de Rebolo al que se le había quemado el 60% del cuerpo por la caída de un cable de tensión le gestionó los recursos para cubrir los gastos médicos y psicológicos y comprarle unos abanicos, el toldillo y un computador para que estudiara desde casa.


A mediados del año pasado, el cantante de champeta Álvaro “El Bárbaro”, uno de los precursores de ese género en Colombia, necesitaba con urgencia una cirugía en las cuerdas vocales. Había el riesgo de que padeciera cáncer de garganta. Jhon viajó a Cartagena, subió varias historias, recolectó ayudas y además consiguió a una abogada para exigir legalmente el pago de las regalías del cantante.


Tras la operación, Álvaro “El Bárbaro” le mandó un video en el que le daba las gracias cantando. Confiesa Jhon que lloró viendo ese video.



***

Hace poco, el bailarín se unió a un grupo de ambientalistas que trabajan en la Sierra Nevada de Santa Marta. El proyecto, liderado por la Fundación Somos Sostenibles, consiste en la siembra de 30 mil árboles.


En diciembre de 2020, por otro lado, se supo que el break dance sería incluido como deporte olímpico en las Olimpiadas de París 2024, junto con otras tres disciplinas. La noticia no pudo por menos de alegrar Jhon, que siempre había creído en el potencial del baile y que ahora, años después, veía cómo su pasión se ensamblaba con sus estudios profesionales.


La inclusión del break en los Juegos le inspiró el deseo de crear un comité olímpico que forme, organice y asista a los jóvenes bailarines barranquilleros que aspiren a conformar la delegación de Colombia para esa competencia. En eso también está trabajando.



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