Solo vivió hasta los 35. Nació en Mompox y se suicidó en Bogotá descargándose una pistola Remington en un día como hoy, pero de 1884. Su vida fue penosa; su muerte, tan adelantada como los poemas que escribió. Aquí, una semblanza de Candelario Obeso, precursor de la poesía negra en Colombia.
El peregrinaje del hombre que fue todo
Hijo de Eugenio María Obeso y María de la Cruz Hernández (un abogado liberal y una lavandera negra), Candelario Obeso nació en Mompox, Bolívar, el 12 de enero de 1849. Debido al cierre del Colegio Pinillos por las revueltas de la guerra de 1863, de su educación se hicieron cargo su padre y el profesor Pedro Salcedo del Vilar, que le dictó clases de gramática, aritmética y geografía.
A los 17 años, obtuvo una beca para estudiar en el Colegio Militar de Bogotá. Remontó el río Magdalena para llegar primero a Honda y enseguida a la capital, pero al siguiente año aquel colegio cerró también por causas bélicas: una conspiración derrocó a su fundador, el general y presidente Tomás Cipriano de Mosquera.
Candelario entonces ingresa a la Universidad Nacional a estudiar Ingeniería y luego Derecho y Ciencias Políticas. Pobre como era, debía aprender las lecciones oyendo estudiar a sus compañeros, que sí tenían los libros de texto.
Se cuenta que un día en que no pudo estudiar dejó en blanco la hoja de un examen. Su profesor se le acercó y le preguntó qué debía hacerse con alguien tan poco educado, que no era capaz de contestar ni una sola de las preguntas de un examen.
—Nunca había pensado en el caso, doctor —respondió Candelario.
Al final se vio obligado a abandonar el curso de Derecho por escasez de recursos. Los aprietos económicos lo empujaron a llevar una vida errática y a ejercer los oficios más variados. Fue maestro de escuela en Sucre, jefe del batallón de Cazadores en la guerra de las Escuelas; en Magangué fue tesorero municipal; en Panamá, intérprete, mientras que en Tous, Francia, ofició de cónsul.
La poesía negra: Cantos populares de mi tierra
Si bien las privaciones y las discriminaciones por su color de piel dificultaron su estadía en Bogotá (Candelario era negro al igual que su madre), aquella ciudad le permitió acceder al núcleo de los círculos literarios del país. El periódico El Rocío aparece una buena cantidad de sus obras: poemas, artículos, ensayos. Debe decirse que colaborar en este diario significaba codearse con los autores colombianos más prestigiosos de la época, como Rafael Pombo o Jorge Isaacs, que ya había escrito María.
En 1871 publicó una novela corta, La familia Pygmalión; siete años más tarde editaría la obra que decidió su reconocimiento nacional: Cantos populares de mi tierra. En este poemario cantó la cotidianidad de los negros de finales del siglo XIX reproduciendo la dicción, la ortografía y el lenguaje coloquial con que ellos se comunicaban. Hasta ese momento, nadie había hecho algo como eso en Colombia.
Como resume Idelber Avelar, algunos de los temas del libro son “la evocación nostálgica del origen, la poesía romántica sentimental y el registro personalizado de la política racial, regional y nacional colombianas de su época”.
Sin duda, el poema más famoso de la recopilación es “Cancion der boga ausente” (“Canción del boga ausente”), que dice:
Que trite que etá la noche,
La noche que trite etá.
No hai en er Cielo una etrella…
Remá, remá.
El día del disparo
Dicen que fue una bogotana. Dicen que era rubia y de buena familia. Dicen que Candelario se enamoró de ella y le enviaba poemas que esta luego le devolvía hechos pedazos. Desgarrado por el desprecio de su musa, Candelario se entregó a la bebida, abandonó las tertulias, vagó por las calles, armó riñas, fue encarcelado. La medianoche del 29 de junio de 1884, finalmente, luego de enterarse de que su enamorada había fijado la fecha de su boda con un “acaudalado cachaco”, se descargó una pistola Remington en el vientre.
Quijano Torres describe así la escena:
“El cadáver rígido y mustio tendido entre la charca que coagulaba sus ondas rápidamente. En el semblante un color ceniza y una hoja seca. Los ojos tranquilamente cerrados como en un sueño”.
Las descargas, por cierto, no lo mataron de inmediato; antes de fallecer, tuvo que agonizar dolorosamente tres días y dos noches más. Sus amigos le mintieron al sacerdote para que le concediera la absolución, ya que esta era casi inalcanzable para un suicida: le dijeron que se había disparado por accidente mientras practicaba al tiro.
Era la tarde del 3 de julio de 1884. A Candelario le alcanzó la voz para hacer una última broma.
—Es verdad, padre —dijo—. Tengo tan mala puntería, que le apunté al blanco y le pegué al negro.
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