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Eva Rolong: la mujer rural que tejió luchas sociales.

Este texto es de la autoría de Edwin Corena, publicado por REGIONCARIBE.ORG en la sección de bloggeros.

Ilustración por: Tutuk - @hellotutuk

Luchar

Eva Rolong teje sentada en la sala de una casa a medio construir en la zona rural de Galapa. Una gallina se acerca desde la puerta del patio y deja un cacareo largo que se mezcla con el sonido que produce la lima sobre el machete que afila Jaime, su esposo, quien se alista para una jornada de trabajo, pero que ahora nos mira desde otro lugar de la sala. Hace fresco y la luz ingresa tímida por la apertura de las ventanas hechas de palos sin pulir. Eva Rolong sigue tejiendo con la habilidad de quien ha gobernado sobre un oficio durante décadas, mientras empieza a responder a las primeras preguntas que le hago:

- ¿Cómo empezó su liderazgo?

La lucha empezó en Tubará, que era el pueblo de mis padres y mis abuelos. Un pueblo con una larga historia. De acá es la India Catalina. Hasta acá llegó Pedro de Heredia, entró por el puerto de Oca y se la robó. Eso era lo que decían en mi pueblo. Lo decía mi padre y la gente. También se robaban los patos de oro y las agujas de oro de nuestros ancestros. Era Tubará indígena y fue saqueada. Pero déjeme le cuento que yo nací fue un 26 de diciembre de 1947 y eran las 9:00 de la mañana cuando eso ocurrió. Mi papá, que era un buen recordador, mantuvo en su mente la hora en que nací. En cambio, mi ombligo, lo tiraron a la hornilla de la casa.

Para ser feliz en ese pueblo yo caminaba y caminaba mucho. Tubará es un pueblo alto, es el más alto del departamento del Atlántico y eso lo supe un día en que nos fuimos hasta el cerro Cunuco. Íbamos con otros niños y entonces nos asomamos, o se asomó el mar ante nosotros. Era todo el mar el que se veía. Allá la playa de Santa Verónica, Puerto Caimán, y era un mar hermoso. Luego regresamos a casa. Madre me reprendió, y lo hizo porque yo era traviesa. Cuando no me iba al cerro, era meternos a los arroyos, a todos los arroyos que había en el pueblo.

Era esa vida así, me sigue contando Eva Rolong:

La otra vida empezó en el colegio. Yo tenía doce años cuando descubrí que era líder. Empecé a protestar porque no había un comedor escolar. Mi papá me apoyaba, el también era líder y me siguió apoyando. El trabajo para tener el comedor del colegio fue largo. Casi todo ese año estuvimos en eso. Luego vino el trabajo con la comunidad de Tubará. Me involucré con la Acción Comunal y se ganó fuerza rápido. Unos seis años haciendo acompañamientos a otros líderes en el pueblo. Fue una lucha por embellecer el pueblo. Éramos como veinte líderes, solo dos mujeres, y trabajábamos por pavimentar las vías. Las primeras vías fueran esas, esas que nosotros ayudamos a construir. Es un orgullo, un trabajo de todos. Una lucha.


Tubará. Fotografía: Gobernación del Atlántico

Eva sigue tejiendo. En la cocina su sobrina prepara el almuerzo. Jaime ha desaparecido con su machete afilado. De pronto, un gato se ha subido a la mesa que está junto a la ventana. El gato mira sin ansiedad y Eva Rolong entonces me explica que antes de aprender a luchar aprendió a tejer. Primero fue la aguja y la lana, luego vino la voz y la gente. Para tejer, se entusiasma a explicar, primero hay que aprender a mover la mano, y enseguida empieza a moverla. Se hacen cadenetas, continua, y eso le da más movimiento a la mano. Y para ser líder también uno tiene que aprender a moverse. Uno mueve a la gente con su voz, también la mueve porque primero a uno se le mueve el corazón. Ser líder es mover corazones. El de uno y el de la comunidad, apunta.

¿Y que pasó con ese liderazgo en Tubará?

Que era visible y llamada por toda la comunidad. Me uní a la Anuc y allí empezamos a organizarnos para hacer tomas de tierra y para movilizarnos por defender una parcela para el campesinado. En esos años empecé a viajar y supe entonces que también tenía que apoyar a las mujeres a organizarse. Yo tenía una voz y era líder, pero había muchas mujeres que no hablaban. Si estaban en una reunión no hablaban. Y si estaba su esposo menos hablaban. Y no. Es no podía seguir siendo así. La mujer marginada siempre. Callada siempre. Ahí empezó el trabajo, otra lucha. Pero era una lucha que lo hacía de una manera especial. Yo tenía con mis otras compañeras que aprender a conquistar el corazón de las mujeres campesinas. Conquistar su voluntad. Había que despertar y se empezó a despertar. Fue largo esto.

Eva Rolong hace una pausa. Ahora se levanta y camina hasta una de la mesa de la sala. El gato salta y ella deja caer lo que será en diciembre un tapete. Deja la aguja junto al carreto y se va hasta una habitación. Regresa y Eva Rolong se sienta, queda con unos álbumes fotográficos en su regazo y enseguida me entrega una foto. Mira, me dice, estas éramos las mujeres cuando nos capacitábamos. Las imágenes de las fotografías le desencadenan los recuerdos. Mira esta, dice: una toma de tierra, y esta otra, una reunión con líderes de todo el departamento del Atlántico. Hay fotos y más fotos de una vida pública y comunitaria, pero también de una vida que ha estado en momentos difíciles.

¿Y entonces se fue de Tubará? ¿Por qué?


Ilustración: WIX

Me amenazan. Era verme en la calle organizando eventos y se acercaba gente de la fuerza pública y me decían que yo era guerrillera. Sentí que me estaban persiguiendo de una manera insistente. Mira, y cambia el tono de su voz: yo no lo tengo miedo a las balas ni a las armas, le tengo miedo es a quien las porta. Pero ser líder es lo mío y llegué a Baranoa y allá seguí mi lucha. Hacia fínales de los ochenta nos dan la personería jurídica de la Asociación de Mujeres Negras, Indígenas y Campesinas, (ANMUCIC) con esto empiezo a recorrer todo el departamento del Atlántico. Cada uno de los municipios, sí, los veintidós. Iba a cada uno hasta cinco veces para reunirme con las mujeres y proponer proyectos productivos. Del Incora me prestaban un carro los fines de semanas y los festivos. Me iba entonces con el chofer a buscar a la gente. Fue como un año en eso. Un año de muchos kilómetros. Yo viajaba y me daba cuenta de lo hermoso del país. Era un paisaje maravilloso. Cuando iba por la carretera oriental veía los calabazuelos alzarse a lado y lado.Y cuando me iba por la parte occidental del Departamento, por Piojó, Tubará, Juan de Acosta, yo veía el mar otra vez, veía las olas y era como estar en otro mundo. Paisajes bonitos de muchos árboles. Yo veía el guayacán y el árbol de carito, y el roble y las acacias con sus flores rojas cayendo sobre la carretera. De todo ese tiempo quedaron en mí esos paisajes y quedó esa satisfacción: conquistar a cinco mil campesinas para que hicieran parte de la organización. Esa, esa fue mi lucha.


Amar

Pero entonces, dígame, ¿cómo es su historia de amor con Jaime?


Ilustración: WIX

Eva Rolong se ríe, se sonríe. Su voz se distiende. Entonces empieza a contar:

Yo fui la que le tiré el ojo. Lo vi allá en Baranoa. Éramos vecinos. Jaime tenía una tienda. Era pequeña la tienda y como que se desocupaba rápido o no le gustaba mucho ese negocio, porque yo lo veía siempre en la terraza, mirando lejos, como cogiendo el tiempo a no se qué. Yo le decía a uno de mis hijos (me recuerda Eva haberme dicho que tiene cuatro hijos), que ese hombre era como flojo, o como que perdía el tiempo. Así empezó eso. Un día él le dice a mi hijo Walter que si sabe de alguien que le pueda prestar unas tierras para sembrar sus matas. Él dice matas a los cultivos de pancoger, es su forma de hablar. Él es hijo de palenqueros y vivió en Caracolicito antes. Era líder de Anuc, y lo desplazaron. Así que el era antes que nada un campesino, así como yo. Entonces mi hijo me dice eso, lo de las tierras para prestar y yo al principio no estaba muy convencida. Le decía que sí lo llevaría a mi parcela, pero lo dejaba esperando. Hasta que un día me ganó de mano, como dicen. Era temprano, la brisa era fresca, casi que no había luz y Jaime se me apareció en la puerta de mi casa y tocó irme con él. Ya me gustaba. Era alto, y callado y muy educado. Y ese día allá en la parcela cuando ese hombre empezó a cultivar sus matas, a hacer la “roza”, quedé prendada. Me terminó de conquistar la forma hermosa en que le quedó esa “roza”. De verdad que era hermosa, se ve que era lo suyo, ser un campesino, era y es su saber.

Eva Rolong rebusca entre el manojo de fotografías que tiene en su regazo. Saca una y me dice: mira, esto fue cuando nos casamos. Pero antes de seguirle preguntando, ella se adelanta y afirma: eso no fue enseguida, déjeme y le cuento. Y empieza:

Entonces Jaime comenzó a venir más seguido a cuidar su roza. Luego empezó a quedarse en la parcela. Pero él se quedaba en su cuarto y yo en el mío. En esas estuvimos un año. Un día le dije a Jaime que me indicara cómo era el camino para llegar a su pueblo, que yo quería conocerlo. Jaime no creía que yo me iba al pueblo, sin embargo, me indicó. Me fui para Caracolicito y me estoy bajando del bus cuando su madre y otros familiares me reciben. Yo ese día caminé por el pueblo y llegué a casa de varios vecinos de Jaime. Y la gente me hablaba de él. Fue algo raro, todos me hablaron bien de él. Que era honesto, que trabajador, que bien todo. Si alguien me dice algo distinto yo no me animo a nada con ese hombre. Regresé a la parcela, hablé con Jaime, le dije a Jaime que sí, que nos casáramos, que ya yo no estaba para ser querida de nadie. Si se quería casar entonces sí, si no, pues que se fuera a peinar una morrocoya. El Jaime dijo que sí enseguida y bueno, nos casamos y vino gente de todos lados. Toda esa gente que me había conocido en las organizaciones sociales. Jaime ese día estaba bonito, y yo también. Y mis hijos lo aceptaron. Alguien ese día empezó a cantar, y cantó esa canción que a mí tanto me ha gustado y que me recuerda a Jaime:

Tu eres mi hermano del alma realmente un amigo

y en todo camino y jornada estas siempre conmigo

Aun que eres un hombre aun tienes alma de niño A quel que me da su amistad su respeto y cariño

Y así fue ese día, el día de mi matrimonio. Y fue el tiempo de amar, antes había sido el tiempo de sobrevivir. Casi de morir. En Baranoa, para regresarme a lo que le digo, empecé a ser amenazada en los primeros años de dos mil. Aparecí en un panfleto y nada, luego vino lo de mi hijo, que sufrió un atentado un primero de mayo. Un carro lo atropelló durante una marcha. Fueron días en que sentí que todo se venía encima. Por ese tiempo también asesinaron a la líder de accion comunal de Baranoa, Yomaira Gaviría. Me fui entonces a Bogotá. Y en Bogotá, usted sabe, el trabajo es duro. Sobreviví y luché. Estuve entre 2003 y 2006 en la capital. Y vendí de todo: tamales, bollos, sancochos. No me fue mal. Me dediqué a hacer más y más actividades. Era esta la vida.

En la parcela



Eva Rolong toma aire y se levanta y se dirige a los jardines colgantes. Me ha dicho que sabe de botánica. La aprendió en el colegio y de sus padres y jamás se le ha olvidado. Se acerca y me dice: esta es una albahaca. Este, y lo toca: un tomillo. Allá, y estira su brazo, hay una flor de Jamaica y allá, esas que brillan, son las amapolas, y esas, esas son las begonias. Eva Rolong sigue caminando, alza la vista y mira el cielo. Ha llovido en los últimos días y hoy las nubes aplastan por segundos la luz solar. Jaime ha regresado otra vez a la casa. Se ha quitado la camisa y la ha puesto en el espaldar de una silla de madera. Es callado, pareciera estar siempre meditando. Eva Rolong lo divisa y nos acercamos otra vez a la casa. Pregunto por las parcelas que hay en esta zona. Jaime interviene: son 1632 hectáreas que le adjudicaron a 198 familias y eso fue en el año 1998 o 1997. Jaime advierte que en las hectáreas que tienen poco se puede hacer. No hay agua, es escasa y las vías terciarias no sirven. Eva antes me había dicho que quiere vender la parcela. Dice que ya no están para cultivar. La luz ahora rompe las nubes. Y la luz se acerca al jardín colgante y la luz también empieza a llegar hasta los pies de Eva Rolong.

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