Pese a que en este lado del mundo los regalos son dados en Navidad, el Día de Reyes, en la tradición cristiana, sigue siendo una fecha que conmemora los dones: el acto de dar. Se ha convenido que el 6 de enero fue el día en que los Reyes Magos (que no fueron necesariamente tres, como suele creerse) le llevaron oro, incienso y mirra a Jesús recién nacido.
En este sentido, les preguntamos a 15 personas de diferentes edades cuál fue el mejor o más memorable regalo que recibieron en la infancia. El catálogo va desde las clásicas bicicletas hasta muñecas miccionantes.
Triciclo.
“Era rojo. Solía montar a varios primos en él y nos tirábamos de unas lomas mientras los vecinos gritaban que nos íbamos a matar. Lo tuve hasta los 12 años. Aunque a esa edad ya no lo usaba, me recordaba la sensación de libertad que viene con el peligro”
(Hollman Varela, 45 años, psicólogo y coach).
Super Nintendo.
“¡Prefería quedarme jugando que ir al colegio! El que era un televisor para la familia se convirtió en un televisor casi exclusivo para jugar. Mucho vicio”
(Francisco Castillo, 27 años, historiador y librero).
Cookie, la comegalletas.
“Anhelaba demasiado esa muñeca. ¡Soñaba con ella! Tendría unos 6 o 7 años. Gracias a ese regalo creí por mucho tiempo en el Niño Dios. Recuerdo que mis amigos decían que quienes traían los regalos eran los papás y yo peleaba con ellos. Cookie sobrevivió muchos años, hasta mi adolescencia. Después nació mi hermano menor y me la dañó. Hasta ahí llegó la muñeca”
(Fancy Arroyave, 36 años, contadora).
Monopoly.
“El día en que lo recibí lloré muchísimo porque, por alguna razón, pensé que la Navidad se había estropeado. Fue el último regalo que recibí de niña. Es uno de los pocos recuerdos vívidos que tengo de mi niñez”
(Camila Pérez, 20 años, estudiante de Biología).
Bicicleta.
“De pequeño, yo era bastante dañino y los otros regalos (carritos, muñecos) no me duraban. Me gustaba la bicicleta porque, sin importar cuánto la usara y me cayera, ella seguía ahí”
(Alejandro Sáenz, 24 años, internacionalista).
Doktor Bibber.
“Era un tablero en el que había un personaje al que tenías que hacerle operaciones con unas pincitas. Si te equivocabas, se le prendía la nariz. Jugaba a ser doctora con mi hermana. Irónicamente, ninguna de las dos terminó siendo médico”
(Osiris Palencia, 29 años, filósofa).
Ropa.
“No tuve regalos. Mi niñez fue muy triste, porque veíamos a otros niños con sus juguetes y nosotros no teníamos ese privilegio. Llorábamos. A los 13 años, cuando empecé a trabajar, fue cuando pude comprarme mis cosas. Desde ahí comenzaron mis alegrías. Los regalos que recibí fueron los que pude darme yo misma”
(Yenith Díaz, 47 años, vigilante).
Diario.
“Yo no sabía que quería un diario hasta que me lo dieron. También había pedido un armatodo, pero no era tan buena armando cosas. En cambio, el diario no lo soltaba. Mi papá dice que parecía una viejita con el diario bajo el brazo y los lápices en la mano”
(Luisa González, 24 años, comunicadora social y periodista).
Guayos Nike Total 90.
“No había niño de mi generación que no quisiera esos guayos. Los recuerdo: tenían los cordones a un lado y el ‘90’ encerrado en un círculo. No sé si eran originales o no y, la verdad, a estas alturas no me importa. Los quise mucho. Una vez, inclusive, me los puse con ropa casual para ir a una fiesta”
(Ignacio Villafañe, 25, entrenador personal).
Patines.
“Fue uno de los últimos regalos que recibí. Los estuve pidiendo por mucho tiempo. Hubo un año en que los quería mucho, pero mis papás, en su lugar, me dieron una muñeca bebé, que era grande y lloraba. A raíz de eso, le cogí rabia a la muñeca. Al año siguiente sí me llegaron los patines. Los vi a las 6 de la mañana y enseguida me los puse, aunque no sabía patinar. Los tuve durante bastante tiempo, hasta que ya no sirvieron más. Los adoré”
(Adriana Julio, 26 años, estudiante de Sociología).
Tenis con luces.
“Las luces se prendían cuando pisabas duro. Los quería mucho y fue genial cuando mi mamá me los dio. ¡Fueron la sensación entre los amigos de la cuadra!”
(Franklin Amaya, 27 años, técnico en telecomunicaciones).
Muñeca que orinaba.
“Tengo ese recuerdo. No sé cuántos años tenía, pero pasó en la casa de mi abuela paterna. Mi hermana y yo estábamos dormidas y mis papás nos despertaron para darnos unas muñecas que tomaban agua y orinaban. Fui feliz con ese regalo”
(Marysol Osuna, 28 años, médico).
Uniforme del Junior.
“El regalo incluyó la camiseta, la pantaloneta, las medias y un balón de fútbol No. 3. Todo estaba puesto en mi cama, como si fuera un muñeco. Me estrené las medias y el balón en la misma madrugada del 25. Subí a jugar a la casa de mis primos. A pesar de que ya han pasado más de 30 años, todavía recuerdo el olor del uniforme nuevo”
(Vicente Romo, 37 años, profesor universitario).
Game Boy.
“Con esa consola entré al mundo de los videojuegos. Jugaba Spiderman, Dragon Ball Z, Super Mario, etcétera. Me entretenía mucho. Me ayudaba a desestresarme o a evadirme de los problemas de la casa”
(Germán París, 22 años, comunicador social y periodista).
Carrito con pedales.
“Yo era muy pequeñito. Recuerdo que vinieron de Uruguay unos primos míos que no había conocido hasta ese momento. El primo me empujó por una cuesta y el cochecito iba tan rápido que se rompieron las ruedas y nos estrellamos”
(Antonio Leiro, 48, empresario).
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