El naciente año venía acompañado de un olor característico, el de la cebolla y el tomate entre mezclado con el aceite en el popular Fritití, sin embargo, Alfonso López, quien en 1976 rosaba los 8 años lo esperaba con ansías, pero con su arepa de ñame.
De niño, aquellas tardes en Fundación – Magdalena, se disfrutaban en los patios de las casonas, que cubiertos de palos de mango, guayaba y tamarindo, se convertían en el escenario perfecto para esconderse de los primos, allí, cuando el reloj colgado en la pared daba las 6pm de la tarde, Alfonso corría a sentarse en una mesita a esperar a Tere, su nana.
“Ella siempre andaba con su turbante blanco y una sonrisa de oreja a oreja, sabía lo mucho que la quería y me consentía con mi cena favorita; mi arepa de ñame” recuerda Alfonso, mientras mira el horizonte, y continua, “La arepa era esponjosa, con su punto sal. Suaves, tal como debe ser el mismo cielo”
Con los años, Tere le regalo su receta:
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