20 años después de la masacre del 16 de febrero los habitantes trabajan para vencer la desconfianza, la herida más honda que dejaron los violentos a su paso.
“Acá en El Salado hubo dos masacres: la de marzo de 1997, en la que mataron a mi marido y cuatro personas más, y la de febrero de 2000, en la que asesinaron a cerca de 60 saladeros”, cuenta Elvia Rosa Badel, actualmente mediadora comunitaria del lugar.
En tres años, la comunidad del Salado, en el Carmen de Bolívar, vivió en carne propia el conflicto armado en su disputa por el territorio, y sus consecuencias dibujadas en el miedo y la desconfianza que afectan de manera directa la relación y la convivencia interna de la comunidad 20 años después; dejando cuarteado el tejido social.
“El 23 de marzo de 1997, los paramilitares llegaron a las 5:30 de la mañana. Gritaban que iban a quemar el pueblo. Llegaron unos con las caras pintadas, otros con pasamontañas, con radioteléfonos y con armas largas y uniformes camuflados. En el parque ‘Cinco de noviembre’ mataron a la profesora Doris Torres Medina y a los señores Esteban Domínguez, Énder Torres y Néstor Arrieta. A mi esposo, Álvaro Pérez, que era el presidente de la junta de acción comunal de El Salado, lo sacaron de nuestra casa, se lo llevan y lo matan a cuatro kilómetros del pueblo”, recuerda Elvia Rosa.
Con el primer enfrentamiento, parte de la comunidad huyó desplazada; decenas de saleros 3 meses después regresaron, les hacía falta su tierra, el campo, las gallinas revoloteando en el patio, sus casitas de bareque y paja, pero al regresar en 1997 desconocían que en el 2000 el conflicto los golpearía nuevamente.
Relato que termina en un suspiro cargado de resignación, los saleros pedían, en aquella época, regresar a su pueblo del alma.
Cuando lo hicieron, se encontraron de frente con el miedo, la zozobra y la desconfianza; los unos a los otros se temían, el vecino desconfiaba del compadre, de la cuñada y hasta de su misma sombra y en el seno familiar, los roces violentos entre padres e hijos eran constantes, pues esta fue la huella latente que dejó con su paso la violencia.
Razón por la cual llegaron a El Salado entidades públicas y privadas con el objetivo de reconstruir el fracturado tejido social. “Como consecuencia, estamos en un proceso de reparación colectiva con la Unidad para las Víctimas. Eso ha tenido sus cosas buenas y otras no tan buenas, pero considero que el acompañamiento a la comunidad ha sido importante y, sobre todo, desde hace un tiempo para acá, destaco el tema de los mediadores comunitarios”, indica Elvia Rosa, sobreviviente de la mascare y líder del programa de mediadores.
El proyecto de mediadores comunitarios es una estrategia desarrollada por la Unidad para las Víctimas, con apoyo del Banco Mundial, dirigida a la resolución de conflictos en poblaciones que se encuentran en la ruta de la reparación colectiva. La guerra deja a su paso traumas, desconfianzas, miedos y rencores que, de no abordarse, afectan gravemente la convivencia en el largo plazo. Si se aprende a gestionar el conflicto de una manera constructiva, pueden evitarse nuevos brotes de violencia.
“Con el proyecto de mediadores comunitarios hemos logrado zanjar diferencias y rencillas entre vecinos y conocidos. Pudimos intervenir en problemas intrafamiliares, como el caso de un padre de familia que peleaba con sus hijos y sin razón alguna los echaba de la casa”, afirma Elvia Rosa con orgullo sobre su papel como mediadora comunitaria. “Esas situaciones se han podido solucionar y todo ha redundado en el bienestar y buena convivencia de los saladeros”.
Los mediadores comunitarios son líderes naturales, habitantes de las comunidades, que favorecen la convivencia y quienes, a través de un proceso de formación, desarrollan habilidades y competencias que les permiten contribuir, de manera pedagógica, a la restauración de relaciones entre las personas y entre las comunidades que se encuentran en situaciones conflictivas.
Para muchos en El Salado, hablar de mediación de conflictos era algo nuevo hasta hace unos meses. Sin embargo, esta herramienta se ha convertido en el mejor pretexto para reconstruir el tejido social de la comunidad, retomar costumbres y recuperar la confianza en los demás. Hoy, 33 de los 63 mediadores son, a su vez, “multiplicadores” de esta estrategia que busca reconocer y transformar las estructuras, prácticas y mentalidades excluyentes y violentas, y propiciar el desarrollo de una conciencia que favorezca la construcción de relaciones basadas en el diálogo y la convivencia pacífica.
Con esta estrategia el tejidos social se va fortaleciendo a través de las practicas ancestrales que hacen de la comunidad de El Salado un territorio de paz que cada día se reescribe.
Comentarios