Los comerciantes del mercado viven en un dilema en el que prevalece la necesidad de llevar algo de comer a sus casas.
Por: Ángela Pertuz
Dentro de la categoría de héroes sin capa, en tiempos del COVID-19, está el personal de salud, los campesinos y quienes abastecen a la ciudad desde las plazas de mercados, estos últimos, personal que lucha por llevar el pan de cada día a su familia, pero que al tiempo lidian con normativas que los ponen contra la espada y la pared.
Vendedor de cilantro en el mercado // Fotografía: Ángela Pertuz
Quienes abastecen a la ciudad, se ubican más allá del Centro Histórico de Barranquilla, después de la calle 30, en el mercado de Barranquillita. Ellos, amanecen antes que sol, pues centenares de comerciantes desde las 3 de la mañana están arreando sacos, limpiando verduras y ordenándolas en pequeñas mesas.
"Hasta las 6am dejan entrar a los camiones que traen la mercancía, porque vienen y cierran las vías y uno se queda sin poder abastecerse del todo, por ejemplo, yo no tengo el pollo entero porque el camión no ha podido entrar; así hay muchos comerciantes que por la poca demanda se ven obligados a subir 100 - 200 pesos a los precios" expresa una vendedora, ya entrada en años mientras saca del refrigerador un recorte de pollo en el expendio donde labora.
Con las medidas impuestas por el Gobierno Nacional, su jornada de trabajo termina a las 3 de la tarde y solo pueden trabajar un día por medio.
"Un día normal vendía 300 plátanos, ahora, con todo esto del Coronavirus han bajado mucho las ventas, en realidad, no vendo ni 150 plátanos. Me tiré tres días para vender los 150" asegura Adalberto Caro, un vendedor ambulante que labora en el mercado desde el 2007.
Adalberto Caro, desde hace 13 años es vendedor ambulate de plátano// Fotografía: Ángela Pertuz
¿Su realidad? El que no vende no come. Por eso, Miguel, un vendedor de Aguacate expresa "Ya llevo dos comparendos y los que me faltan". un panorama nada alentador con el que viven los vendedores.
Miguel, recorre con su ponchera azul cargada de 7 aguacates, todo el mercado. No sé queda quieto, no puede hacerlo. Mientras pide el paso con su ponchera, va acelerando su caminata, él sabe que dentro de poco se verá obligado a marcharse.
Ya no ven el ocaso del sol, solo ven el amanecer, pero guardan en su corazón la esperanza de que todo esto termine y pueden entregarse, en vida, cuerpo y alma a lo que aman, pues sus puestos de trabajo se han convertido en la existencia misma de quienes laboran, es el caso de Wilmer quién desde hace 35 años es vendedor verduras.
Puesto de verduras en el mercado de Barranquillita // Fotografía: Ángela Pertuz
"Ahora está un poco quieto porque hay que venir día por medio, de acuerdo al último número de la cédula. Los gastos han aumentado y es poco lo que recibimos; cuento con dos trabajadores, quienes me ayudan, pero sigue siendo el doble de pesado" Wilmer, con un tono de voz bajo y mezclado con incertidumbre, pues sabe que lo difícil está dimensionado en el plano físico, pero también emocional.
Los vendedores viven en un dilema, abastecen la cuidad, pero en condiciones difíciles llevan el pan a sus casas, mientras viven con el miedo de ser contagiados y contagiar a sus seres queridos.
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