En la semana de conmemoración del natalicio del poeta momposino Candelario Obeso, compartimos uno de los episodios más extravagantes que registra su biografía.
Un falso intento de asesinato
En 1867, a sus 18 años, luego de abandonar la carrera de Derecho por falta de recursos, Candelario Obeso se refugió en el amor de una muchacha de 14 años llamada Zenaida. Vivían en Bogotá, en una casa de dos pisos, en la carrera novena, entre las calles 6 y 7. La vivienda, fundada por ellos mismos, tenía nombre y era el de ellos: “Obeso & Zenaida”. Así la conocían los bogotanos de la época.
Al principio, cuando Candelario aún estaba procurando ganarse los primeros favores de su futura compañera, ocurrió un episodio que sus biógrafos califican de “singularísima aventura”.
Una noche, a Obeso le urgía verse con la muchacha, que vivía con su mamá, y, como no tenía llaves para entrar por la puerta, optó por meterse por el tejado.
De camino la casa de Zenaida, pasó sobre el techo de la casa contigua, que era la del doctor Rojas Garrido, por ese entonces candidato presidencial. A pesar de haberse quitado los zapatos para no hacer ruido, los perros lo descubrieron y armaron tal algarabía, que la servidumbre de Rojas se despertó alarmada y empezó a perseguir a Candelario, a quien, en la fuga, se le cayó en el patio el revólver que cargaba.
A la mañana siguiente, los seguidores del candidato dijeron que este había sufrido un atentado. La Policía empezó a rastrear al supuesto delincuente. Candelario, por prevención, se escondió en su casa por tres días, al cabo de los cuales salió con un manuscrito bajo el brazo.
Así se apareció en la casa de Rojas. Su plan estaba elaborado.
El artificio de la novela
—Tenga la bondad de sentarse —le dijo anfitrión—. ¿A qué puedo atribuir el placer de esta visita?
Candelario tomó una silla.
—Maestro, me trae un asunto muy grave. ¿Es verdad que hace tres días intentaron asesinarlo?
Rojas asintió.
—¿Y se conoce el nombre del responsable? —quiso saber Candelario.
—La policía está sobre la pista: se ha reconocido el revólver y de aquí a mañana
tendremos entre las manos al asesino.
—Pues eso es lo que no sucederá —respondió Candelario con voz grave.
Rojas miró a Obeso de pies a cabeza.
—¿Qué dice usted?
—Digo que no buscarán más al supuesto asesino, porque usted no lo va a permitir.
—No entiendo nada.
—Pues lea estos papeles —dijo Candelario, alargando a Rojas el rollo de manuscritos.
El candidato leyó la portada: Qué cosa sea el asesinato del doctor. Novela que responde a ciertas cosas del día, por C. Obeso. Después, tras ponerse los anteojos, empezó a leer la primera página. De pronto arrojó las hojas de papel sobre la alfombra.
—¿Usted se atreve?
—Me atrevo, querido maestro —dijo Candelario—. La justicia me está haciendo una novela y yo se la hago a usted, pero vengo a proponerle una transacción: haga suspender esta causa injusta y Candelario Obeso hará trizas esta mala novela.
Así fue como el poeta le contó su aventura con todos los detalles y le reveló cómo había decidido escribir esa novela para que “la víctima intercediera por el culpable”, como relatan Juan de Dios Uribe y Antonio José Restrepo.
Rojas Garrido oyó con atención a Candelario y, al cabo de poco tiempo, tanto el incidente como la novela de Obeso desaparecieron.
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