“Los que pasaban lo insultaban moviendo la cabeza y decían: El que derriba el santuario y lo reconstruye en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz. A su vez, los sumos sacerdotes
burlándose entre sí comentaban con los letrados: Ha salvado a otros pero a sí mismo no se puede salvar. El Mesías, el Rey de Israel, baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos. Y también lo insultaban los que estaban crucificados con él. Al medio día se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde. A esa hora Jesús gritó con voz potente: Eloi eloi lema sabaktani, que significa: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” (Mc 15-29-34/ Mt 27-39-46).
“Llegado el medio día, la oscuridad cubrió todo el país hasta las tres de la tarde.” (Mt 27-45). Con este signo los evangelistas representan la situación extremadamente dura por la cual pasaba Jesús. Tachado de blasfemo, embaucador, mentiroso y desestabilizador de la nación entera, y condenado a muerte. Testigo impotente de la forma como las tinieblas se apoderaban de todo su ser. Y, ¿dónde estaba Dios, su Padre? Nadie respondía, sólo escuchaba las injurias y las burlas que lo llevaban cada vez más al abismo. Fue entonces cuando experimentó la última de sus tentaciones, gran tentación: la desesperanza.
Como Jesús se sintió abandonado por el Padre, hoy muchos menores han sido abandonados por sus padres, encomendados a cuidadores que no merecían confianza o abusados por los mismos padres que tenían el sagrado deber ofrecerles la confianza en sí mismos, en la vida y en el universo. Pensemos en la realidad que padecen esos menores.
Crucificados: esos menores de edad abusados, maltratados en su dignidad, en su intimidad. Algunos han pasado la pandemia con sus enemigos, encerrados, sufriendo el maltrato, el abuso, el castigo por haber nacido en un hogar enfermo.
Crucificadores: no hay gremio que se escape de este mal. Hay sacerdotes que abusan de seminaristas, de acólitos o de menores que supuestamente acogen en sus parroquias; policías y formadores de policías como aquellos de la comunidad del anillo cuya investigación fue engavetada. Hay militares, docentes, médicos, vecinos, padrastros, padres… hay también proxenetas que crean mafias, redes que ofrecen a menores al mejor o al peor postor. No podemos generalizar pues ha habido falsas denuncias, tan infames como el mismo abuso. Pero es necesario identificar y denunciar a los verdaderos crucificadores.
¿Cómo podríamos evitar que los menores sean abusados, maltratados y crucificados en su intimidad, en su seguridad e integridad personal? ¿Cómo podríamos evitar que los crucificadores, abusadores y maltratadores sigan dañando a nuestros niños?
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