Los pueblos del Caribe tienen algo especial, una especie de embrujo que te hechiza y te hace pertenecer a ellos. Quizá el calor que los abraza, el mar Caribe que te hipnotiza o su gente que, en su cotidianidad, te hacen parte de su esencia.
El himno nacional que suena en la radio del carro anuncia las 6 de la mañana, la neblina se entre mezcla con el verde de los matorrales, las vacas aun reposaban en sus establos, unas, ya intrépidas comían del huerto; a lo lejos, el sol batallando con las nubes grises avisa de un amanecer tardío.
Para llegar a él nos adentramos en una vía rodeada de mucha naturaleza cuyo principal atractivo son las fincas; el trayecto puede resultar extenso, pero al llegar a este Puerto Escondido las ‘penas se olvidan’, tal como ocurre en el ceremonial bullerenguero.
“Los negros que vinieron huyendo de la esclavitud llegaron aquí a través del mar, desde Cartagena” puntualiza Diana Ramírez, oriunda de Puerto Escondido.
Y si, descubierto gracias al mar Caribe este impone sus soberanía al abrazarlo, posándose domínate con sus vientos que, de manera indirecta, te devuelven a él, efecto que también consiguen sus calles porque en su sentido contrario subes la colina que te lleva al volcán ‘Tortugón’
“Los primeros habitantes que llegaron a Puerto estaban en busca de agua y encontraron una laguna cerca al volcán, a partir de él empezaron a poblar el terreno”, así lo retrata Goya una mujer de 74 años, bisnieta de una de las primeras habitantes del Puerto.
Relativamente todo queda cerca, desde la tienda del vecino, hasta los puntos de comercialización de todo aquello que baja del campo, exceptuando la zona turística pues, su muelle y sus restaurantes se encuentran a las afueras.
A la orilla del mar se encuentra un sin número de establecimientos comerciales que sostenidos por trozos de madera brindan una vista especial sobre el horizonte, bajando te encuentras con lanchas que reposan de la faena pesquera que todos los días inicia en las noches y termina en las madrugadas.
En sus calles hay una mezcla de modernismo y tradición; avanzas dos casas y te encuentras un hogar hecho en bareque con techo de paja y a su lado una casa de dos pisos, y su gente, probablemente lo mejor del lugar.
“Todas las personas que vienen aquí las recibimos con los brazos abiertos, les abrimos la puerta de nuestra casa y lo hacemos parte de la familia” explica Gustavo Núñez, hijo de Goya, y quien en mis caminatas por el pueblo me recibió como la familiar lejana que vuelve a su casa.
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