Mucho se ha escrito sobre el privilegio de nuestra región como el balcón del país sobre el mar Caribe. Mencionar ese nombre, Caribe, en una conversación casual bajo duras temperaturas invernales en cualquier latitud, es ser testigo de como los ojos sueñan con palmeras, sol y mar. Muchos de mis más preciados recuerdos suceden en ese mundo casi ingrávido, mientras buceo.
Por: Reinaldo Terraza
Al pensar en el Caribe, surgen historias de divertidos cocteles con sombrillas de colores y divertidos encuentros al pie de una piscina infinita. Surgen como olas, solemnes palabras como paz, felicidad, libertad, diversión, desconexión, las mismas de los afiches, camisetas, tags y demás mensajes promocionales que vemos, pero por supuesto, en inglés (ey, you know): Joy, free, fun, happiness y todas sus masivas compañeras.
Y es que nosotros, habitantes de este paraíso (parafraseando a Silvio Rodriguez), rechazamos entender que fuimos hecho para soñar el sol y para decir cosas que despierten amor. Nos lo impiden las dificultades del día a día, en parte causada por la miope estrategia gubernamental y empresarial de décadas de ignorancia sobre el potencial REAL del mar en dimensiones como la cultural, económica, turística y en temas de salud. Ejemplos en México como el de la Riveira Maya o el Mar de Cortés, evidencian que SI es posible conjugar desarrollo con protección a la naturaleza, involucrando a las poblaciones nativas mejorándoles su nivel de vida, y que sí hay retorno económico en la ecología. Dato curioso: estas dos palabras comparten el fragmento eco que viene del griego casa; dicho así la economía está abocada a administrar (griego: nemó), lo que la ecología estudia (del griego logia).
La gran mayoría de los habitantes del caribe colombiano que conocen el mar disfrutan chapuceando al ritmo de las olas en la playa, nadando tranquilamente hasta donde se alcanza el piso de pie, algunos más osados, modernos o pudientes gozan de actividades en tablas (todo lo que contiene las palabras wind y surf), y embarcaciones (desde kayaks hasta yates).
¡Pero paisanos costeños, el mar caribe colombiano cuenta según el portal Invemar.org con 532 Mil kilómetros cuadrados! ¡Pensemos que debajo de esa extensión de kilómetros cuadradas hay miles de kilómetros cúbicos! Me refiero a la Colombia desconocida, a otra Colombia olvidada (sí, una más), a otro planeta al cual solo nos hemos asomado, investigado, disfrutado, unos pocos: nuestra región caribe submarina.
Ver aletear grácilmente, como un cisne, a una mantarraya, mientras se alejaba de mi careta invasora. O ver los ojos asustados de una morena, una especie de anguila, que parece que hablara al mover sus dentadas mandíbulas mientras se asoma por la grieta que habita en el coral. Un jardín de mil flores diferentes, que se reparte entre seres que aúllan vehemente sus colores como los peces loro o gramma real y otros que buscan clandestinidad a toda costa como el pez roca o las jaibas.
Conocer en vida a mágicos personajes que después habitarán nuestros famosos platos, como operáticas langostas, parsimoniosos meros, calamares que flotan para atrás, fluidos pulpos. Románticos peces ángeles, delicados como gacelas, frecuentemente en parejas. Respirar algo frio y seco que no es aire pero que funciona al sumergirse en el silencio solo interrumpido por el gorgotear de tus burbujas, o lejanos sonidos del mar. Teletransportarnos como en Star Trek, con solo dejarnos caer de espaldas en la lancha y abriendo los ojos a un nuevo mundo de tonos de azul y gris, en donde los animales no están enjaulados. Enamorarse de la bioluminiscencia del plancton que se activa al movimiento en destellos de luz, en un buceo nocturno. Solo pensar en cosas bonitas, como Dios, bienestar, la picardía infantil de la aventura y el amor.
Mis frases favoritas sobre lo que se vive allá abajo, y que resumen todo que recibes de la naturaleza submarina, son de Jacques Cousteau:
“El hombre lleva el peso de la gravedad en sus hombros. Sólo tiene que bajar al fondo del mar para sentirse libre” y “Bajo el agua, el ser humano se convierte en un arcángel”.
Hoy además del desconocimiento sobre ese mundo alterno, que no es parte de ninguna dimensión desconocida sino de la dimensión en que vivimos, hace que no incluyamos estos planes en nuestras agendas de diversión. Sentido error, me perdonarán.
Guía para viajar al fondo del mar:
El principio es saber nadar, luego ir a playas usuales de aguas semitransparentes y ver que pasa debajo. En El Rodadero por ejemplo fue mi iniciación de pequeño y recuerdo haber visto muchos peces importantes, mientras mis hermanitas hacían castillos de arena a pocos metros. Luego viene alguna aventura de fin de semana al Tayrona o un paseo a playas de Islas del Rosario o Barú, el golfo de Morrosquillo, San Andres o Providencia, todos muy buenos. Lo demás es crónica de un romance anunciado. Ayuda mucho contar con una máscara de vidrio templado y un snorkel (el tubo) que te permite seguir mirando abajo sin la fatiga de salir todo el tiempo a tomar aire.
Caretear o Snorkeling (sin tanque) o Bucear o Scuba (con tanque) son prácticas seguras si se hacen, acompañados y en zonas seguras (libres de trafico de lanchas o de corrientes). Particularmente el buceo debes hacerlo después de recibir entrenamiento, que inclusive puede ser ahí mismo previo a la inmersión bajo una modalidad que se llama minicurso. Pero si te llegas a aficionar, puedes tomar un curso en una Tienda de Buceo que consta de niveles de entrenamiento. El primer nivel es Open Water Diver que te da lo básico para bucear en cualquier sitio normal del mundo. ¡Y varios niveles después finaliza en Diver Master … algún día!
Nuestro caribe es realmente privilegiado, por la gente que somos y por ese mar que generoso que se nos brinda infinito, sin límites, invitándonos a conocerlo con respeto, con magníficos atardeceres y canciones de coral.
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