Si hoy conocemos detalles de los sucesos ocurridos en Santafé de Bogotá en julio de 1810, es gracias a las narraciones de varios testigos. Entre ellos hay por lo menos cuatro que quedaron en el anonimato, pues sus relatos no fueron firmados. Esos testigos, con el tiempo, recibieron los nombres de Criollo Anónimo, Anónimo Santafereño, Testigo Anónimo y Testigo Ocular, que es el más famoso de todos. ¿Quiénes eran? ¿Qué vieron y qué contaron? En 2011, el investigador Manuel Pareja Ortiz se dedicó a responder estas y otras preguntas mediante un estudio bibliográfico, hemerográfico y de archivo. Esto fue lo que encontró.
El Criollo Anónimo
El testimonio del Criollo es una narración de siete folios que comprende los acontecimientos que tuvieron lugar en Santafé de Bogotá desde el viernes 20 de julio al viernes 27 de julio de 1810.
Se deduce es un descendiente de españoles que nació en Hispanoamérica porque se refiere a los españoles peninsulares como “chapetones”, al mismo tiempo que se identifica con el grupo de patriotas que presuntamente sería asesinado en esas fechas. Ya que utiliza palabras como petaca, entierro, zarzo y guaches, que eran típicas de bogotanos, lo más seguro es que hubiera nacido en Santafé.
Su narración, que a ratos es pobre, revela que quizá no habría alcanzado el nivel universitario de la época. A pesar de eso, conocía bien a la sociedad capitalina: era capaz de distinguir por sus nombres a las autoridades virreinales, eclesiásticas y militares, pero también a los comerciantes de la ciudad.
Más allá de las oscuridades que rodean su identidad, algo estaba claro: era partidario de la revolución. Dice:
“… todos esperábamos como el libertador de la Patria al conde Villavicencio […] Nuestros cuarteles fueron guardados por infinitos paisanos principalmente el de artillería […] en cada cuadra de la manzana había 4 centinelas de los nuestros […] el viernes principio de nuestra revolución”.
De todo lo que cuenta, quizá lo más llamativo es la descripción minuciosa sobre lo que ocurrió alrededor del cuartel de artillería durante esas fechas. Es el único testigo que registra un censo de las armas que las autoridades virreinales habían mandado fabricar y que guardaban en ese Cuartel: “El número de armas blancas sube a 16.000 con machetes, sables, lanzas y desagarretaderas; 4.000 fusiles y 600 pistolas con 90 cañones”.
Asimismo, el Criollo es de los pocos testigos que menciona la intervención indígena en los sucesos del 20 de julio. Su escrito también incluye una anécdota que revela algunos rasgos del carácter de la virreina, doña Francisca Villanova.
La tarde del miércoles 25 de julio, mientras el pueblo enfurecido llenaba Plaza Mayor y varios cañones del parque de artillería apuntaban hacia los muros del palacio virreinal, sucedió el primer arresto de los virreyes. Cuenta el Criollo Anónimo que la virreina era “de mucho ánimo, pues mientras sacaron a su marido estaba en el gabinete viendo a dónde le llevaban y ella salió tranquila”.
El Anónimo Santafereño
El suyo es un manuscrito redactado a manera de diario; a lo largo de los folios narra los acontecimientos que tuvieron lugar desde el viernes 20 de julio al domingo 5 de agosto de 1810. Del texto original se perdieron varias hojas: la primera, la tercera y las últimas.
Puede decirse, por algunas palabras que emplea, que es criollo y santafereño, como el anterior. Por ejemplo, usa el adjetivo “harto” en el sentido de “mucho”. En vista de que no se considera parte del pueblo, al que tilda de populacho, lo más probable es que perteneciera a lo que hoy llamaríamos la clase media bogotana. Por ciertos datos que aporta sobre diferentes eventos eclesiásticos, el investigador se atreve a sugerir que se trataba de un clérigo.
Esa manera en que se refería al pueblo no debe, sin embargo, confundir al lector. La condición de patriota del Anónimo Santafereño es clara. Así lo deja ver este fragmento en el que utiliza algunos de los argumentos en boga para justificar el golpe de estado del 20 de julio:
“Este acaecimiento ha dado a conocer la disposición unánime y general de ánimos que sólo aspiraban a sacudir el yugo de yerro que se les tenía impuesto, sufriendo y callando porque la opresión no daba término a respirar”.
Ahora bien: aunque patriota y partidario de la revolución, el Anónimo Santafereño defendía la idea de evitar que los desórdenes fuesen más allá del objetivo logrado, que fue haber tomado el poder de la autoridad virreinal en la Nueva Granada.
Manuel Pareja, el investigador, sospecha que este deseo quizá no nacía de un afán de paz y orden, sino del miedo a que lo involucraran con los americanos denunciantes. Esto revela las divisiones que había entre los criollos, que no eran (según el cliché historiográfico) un bloque unánime que anhelaba con la misma intensidad la independencia de España.
El Anónimo Santafereño era el único que nos cuenta que los jóvenes Rosillo y Cadena fueron asesinados en los Llanos del Casanare a comienzos de año “sin dejarlos confesar por más que lo suplicaron”.
El Testigo Anónimo
Registrado también con formato de diario, el relato del Testigo Anónimo cubre los acontecimientos que agitaron la Nueva Granada entre el 20 de julio y el 6 de agosto de 1810, si bien se toma más tiempo narrando lo que ocurrió el 20, 21, 15 y 26 de julio. En contraste, del 2 al 6 de agosto se limita a escribir: “En éstos no ha ocurrido novedad alguna y se mantiene todo en paz. Bendigamos a Dios”.
Era, posiblemente, santafereño y criollo. Usaba el verbo “prestar” en lugar de “pedir”.
La fineza de su estilo y la riqueza de su vocabulario son indicios de una buena formación cultural y jurídica. En este sentido, puede que fuera uno de los secretarios, oficiales o escribanos que trabajaron para la Suprema Junta de Santafé desde el día siguiente a su constitución.
Por otro lado, su narración es tan ordenada, clara y precisa, que incluso supera la de los documentos oficiales de ese día. Un buen ejemplo es el resumen de la turbulenta sesión del cabildo el 20 de julio, cuya llaneza contrasta con la redacción enredada del acta de aquella noche.
Así empieza aquel resumen:
“Serían las once de la propia noche del 20, cuando los miembros del Congreso a puerta abierta y oyendo al pueblo, comenzaron a entrar en materia. Se oyeron discursos bellísimos acerca de la tiranía con que se había gobernado al pueblo; las consecuencias de ella que se estaban experimentando en las provincias y los posteriores males que nos amenazaban si no se ponía remedio en el momento…”.
El Testigo Anónimo suministra la información del pasquín difundido en Santafé días antes del 20 de julio “pidiendo al Virrey las cabezas de diez y nueve patriotas para que no hiciesen lo que los de Cartagena”, es decir, la constitución de una Junta. Exalta al pueblo como un colectivo que procede de todas partes y clases y lo juzga como un sujeto activo de la revolución.
A partir del texto se sigue que el autor no fue testigo de La Reyerta, aunque es el único de los testigos que informa que fue José María Moledo, sargento mayor del batallón auxiliar, quien metió a José González Llorente (el del florero) en la casa de su vecino Lorenzo Marroquín, para defenderlo de la paliza que le estaba propinando Antonio Morales.
El Testigo Ocular
Es la crónica más famosa de cuantas se mencionan aquí. Fue publicada por primera vez en Papel Periódico Ilustrado el 1° de abril de 1885 por Ignacio María Gutiérrez Ponce, bajo el título de “La revolución de Julio de 1810 referida por un testigo ocular”. En 1960, Alberto Miramón la publicó en la biografía sobre Antonio Nariño; ese mismo año, a propósito del sesquicentenario del 20 de julio de 1810, el Banco de la República la publicó en Proceso histórico del 20 de Julio de 1810.
Sergio Elías Ortiz, quien recoge gran parte de esta carta-crónica en Génesis de la Revolución de 1810, señala que desconoce al autor de esta relación de gran fuerza narrativa y llena de detalles, pero concluye que debía ser, sin duda, “un criollo, curioso, que tenía algún ejercicio de la pluma y andaba mezclado entre la multitud”.
Este relato es una carta escrita por un personaje el 26 de julio de 1810 desde Santafé de Bogotá, a un amigo cartagenero, en la que le describe los acontecimientos más importantes del viernes 20 de julio de 1810. Hay quien ha dicho que el autor es Manuel Bernardo Álvarez y el destinatario, Antonio Nariño, pero esta afirmación no se ha sustentado con suficiencia. El investigador se inclina más por pensar que el escritor es José Gregorio Gutiérrez Moreno.
La carta empieza diciendo:
“Mi estimado amigo: Después de mi última carta, tengo tantas cosas qué decirte, que no sé por dónde comenzar, ni si acierto a hacerlo porque estoy atolondrado y todavía creo estar en sueños. Los sucesos son tan memorables, que no han tenido ni tendrán iguales en la América. Tú lo dirás después que los hayas leído”.
Líneas después describe la pelea de Antonio Morales y José Llorente; el ingreso de Camilo Torres a la casa de este último; el apedreamiento de la casa de Infiesta; la petición del establecimiento de la Junta; la cesión de la licencia del Cabildo abierto, entre otros hechos que hoy se cuentan al hablar de este día emblemático.
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