Corría los 50 en el barrio 7 de agosto en Cartagena y los recuerdos parcos de un patio inmenso, de las hojas del palo de mago besadas por el sol y acariciadas por la brisa apacible de las 11 am, su cara frente al fogón de leña y su abuela indicándole los movimientos revoloteaban por su cabeza. Benita, sin darse cuenta, cocía entre especies el legado de sus antepasados.
Benita ya tiene 76 años y bajo un viñedo sembrado por ella, su mano izquierda no deja de batir el trapo con garabatos con el que espanta los ‘bichos’ de los dulces que vende en un mesón puesto en toda la puerta de su casa. En el Barrio los Carruajes, en el municipio de Galapa - Atlántico, todos la conocen y quien no la reconozca por su nombre, la ubica por su sazón.
“Yo no conocía estufa, todo era en hornilla y leña ella (su abuela) ahí hacía los dulces, y yo siempre estuve pendiente” – advierte con orgullo -
Su cuerpo infantil había percatado en el proceso algo que la llamaba y la seducía. Quizá sus antepasados habían encontrado la forma de conectar con ella en el susurro de la cuchara de palo meneando la salsa en donde se cocinaba aquella hicotea que, bajo instrucción de su madre preparó por primera vez, a sus 13 años.
A Benita la delata el color negro de su tez, la sonrisa en su rosto, el paso de los años dibujados en las líneas que secundan sus ojos y el turbante que envuelve su cabello, todo ello habla del mandato de su sangre que se advierte en su resistencia y valentía.
“Nada me queda grande. Soy una mujer de hacha y machete” dice con firmeza. Crió a Lucho, Laureano y Saray, sus tres hijos, alternando la venta de dulces tradicionales, con la venta de toda clase de pudines y ahora, de ropa de segunda – ‘de esa que llaman de paca’ – y, del arreglo y confección de calzado.
Su negocio, que hace las veces de hogar, se convierte a menudo, en un laboratorio de tradición. El mango, el guandú y el coco van y vienen, y con ellos, los calderos embadurnados de dulce. Mientras, Benita, acompañada de su nieta Alanny, en un patio de un metro por catorce, atiza la hornilla donde se cocinan.
“No he dejado de vender. Inclusive vendemos a domicilio. He vendido en Barranquilla y desde Montería me llamaron para hacer un pedido de cuarenta mil pesos” afirma Benita.
Saray, su hija menor quien a su vez es la comunnity manager del emprendimiento ‘Saberes y Sabores’ cuenta con una sonrisa que le ilumina el rostro, que en el 2020, la virtualidad le jugó una buena partida. “No pudimos poner el festival en el parque del barrio – Festival de Dulce ‘Benkos Biohó de Galapa’ - y lo colocamos virtual y nos fue… ¡Mejor dicho!, estuvimos vendiendo desde el jueves hasta el Domingo Santo y más gente nos conoce”.
A esta mujer fuerte, emprendedora y ejemplo para su familia, parece que los años no le pesan. Allí, en su patio, en medio de los árboles de mango, aguacate y guanaba; la huerta, y la mata de sábila y la piña; y mientras su abuela le sigue hablando, su tío la aconseja y su madre la guía; ella, sigue trabajando con empeño, convencida que su trabajo y disciplina , le permitirán cumplir el deseo tener la finca de sus sueños.
Patio de Benita
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