Las mejores orquestas de Latinoamérica hicieron su propia versión y en España la utilizaron para protestar contra la dictadura franquista. Este año, “Se va el caimán” cumple ocho décadas y todavía sigue siendo, junto con “La gota fría”, la canción más universal del folclor costeño colombiano.
Su compositor, el barranquillero José María Peñaranda, quien murió en febrero de 2006 a pocos días de cumplir los 99 años, dijo haber escuchado más de 50 versiones en los ritmos y voces más dispares. La interpretó Plácido Domingo y la Orquesta Sinfónica de Londres. Se tradujo a siete idiomas. Fue, en 1945, parte de la banda sonora de la película mexicana Pasiones tormentosas, y, con eso, se convirtió en el primer tema del Caribe que sonó en un filme extranjero. Hubo quien, en honor a su éxito global, dijo que es del verdadero himno nacional de este país. Exageraciones aparte, es improbable que algún colombiano no haya escuchado los primeros versos de la canción:
Voy a empezar mi relato con alegría y con afán Con alegría y con afán voy a empezar mi relato En la población de Plato, se volvió un hombre caimán
Es mucho más improbable que un hispanoamericano no haya escuchado el coro:
Se va el caimán, se va el caimán Se va para Barranquilla Se va el caimán, se va el caimán Se va para Barranquilla
Cuando Peñaranda la escribió hace 80 años, la tituló “El caimán”, pero el tiempo y la gente fueron poniéndole su propio título. Las grandes obras tarde o temprano dejan de pertenecerle a quien las crea. Hoy no hay quien no se refiera a este porro como “Se va el caimán”.
El juglar que fue electricista
José María Peñaranda nació el 11 de marzo de 1907, en el Barrio de Abajo. Al tiempo que se desempeñaba como albañil, plomero o electricista, tocaba la guitarra y el tiple. Luego llegó el acordeón. Según William Miranda, José María componía canciones desde los 18 años, pero no empezó a transcribirlas en un cuaderno sino hasta 1937, cuando ya tenía 30.
En 1950 grabó para Discos Fuentes “La ópera del mondongo”, que, con sus versos obscenos, desató el escándalo nacional. Encabezó la lista de autores prohibidos; su música fue vetada en las emisoras del país, como poco después ocurriría en España, aunque por razones distintas. En consecuencia, Peñaranda se dedicó a viajar por Centroamérica, el Caribe y Estados Unidos, donde sus composiciones eran mejor recibidas.
Grabó cerca de 75 álbumes y aseguró haber escrito más de mil canciones, entre cumbias, porros y merengues. Algunas de las más famosas son “Cosecha de mujeres”, “En Cuba no falta nada” y “Me voy pa’ Cataca” (interpretada por Nelson Pinedo y La Sonora Matancera como “Me voy pa’ la Habana”), pero, sin duda, su mayor éxito fue “Se va el caimán”, que compuso en 1941 basándose en una leyenda del municipio de Plato, Magdalena.
Peñaranda la grabó en una de las cabinas de Foto Velasco y mandó el acetato a la Argentina. Allí, Eduardo Armani la conoció y la grabó con su orquesta. Fue un éxito inmediato. Después vendrían las versiones de la Billo’s Caracas Boys, de Fruko y sus Tesos, entre otros.
En muchas partes del mundo oyeron por primera vez acerca de Barranquilla gracias al coro de esa canción.
La leyenda (I): El engendro del río
Cuenta la historia que fue el celador del puerto quien descubrió que, en la playa del río Magdalena, había un caimán con cabeza de hombre. Tan pronto vio la aparición, corrió a avisarle al jefe del campamento, pero a mitad de camino se desmayó de la pura impresión. Pronto, un gentío conmocionado se apiñó en el puerto.
Al ver al engendro tirado en la arena, el jefe del departamento se llevó la mano al cinto.
—Hay que dispararle —dijo.
Ya había sacado su revólver cuando el caimán humano le hizo un gesto de piedad y, más tarde, una señal para que le trajeran algo de comer. Alguien de entre la multitud le tiró entonces un pedazo de carne, pero no lo agarró. Lo que sí devoró fue un plato de comida cocida que le alargaron después.
Quienes no presenciaron el episodio creyeron que los testigos les estaban mamando gallo. Sin embargo, al día siguiente se hospedó en una casa del pueblo una anciana proveniente de El Yucal, Magdalena, que decía ser la madre del hombre caimán. La noticia corrió en por Plato y solo fue cuestión de tiempo para que los curiosos se aglomeraran en aquella casa. La anciana, de nombre Manuela Aguilar, decidió contarles toda la historia.
La leyenda (II): La pócima mágica
El caimán humano se llamaba Saúl Montenegro y trabajaba en El Yucal quemando rastrojos. Un día, en medio de la jornada, le cayó un sereno y empezó a toser. La tos persistió por seis meses. Como no veían mejoría, lo mandaron adonde unos brujos de la Alta Guajira. Saúl fue y de allá regresó no solo con buena salud, sino con un misterioso frasquito. El recipiente guardaba una pócima que le permitía volverse caimán y recuperar la forma humana a su antojo. El hijo de la anciana se convertía en reptil para espiar con toda impunidad a las muchachas que se bañaban desnudas en los remansos del río. Al final de sus aventuras voyeristas, un amigo le echaba unas gotas de la pócima en la cabeza y se transformaba en hombre de nuevo.
Un día, el compinche de Saúl Montenegro amaneció enguayabado y este tuvo que llevar al río a un amigo que nunca lo había visto transformarse, de manera que cuando regresó a la orilla convertido en caimán, el otro no le puso las gotas, sino que, asustado, le tiró el frasco y salió corriendo. Un poco del líquido le cayó en la cabeza, pero el resto se derramó en el agua; de ahí la metamorfosis fuera parcial.
La anciana había llegado a Plato para pedirles a los lugareños que no mataran a su hijo, pues ya tenía el plan para restituirle su cuerpo humano: había mandado a traer, desde La Guajira, el remedio mágico que preparaba el cacique Mantaura,
Una canción para dictadores
Así como llegó a ser conocida por un nombre que no era el original, “Se va el caimán” también llegaría a utilizarse con un fin que Peñaranda no previó cuando se sentó a componerla. Cuenta Thierry Ways que, durante un período de la dictadura de Francisco Franco, que comenzó luego de la guerra civil, en 1939, los españoles de oposición convirtieron el porro de Peñaranda en un canto subversivo: cantaban el coro a manera de consigna contra el régimen. El caimán era Franco y ellos querían que se fuera. Se dice que, por este motivo, la canción fue censurada en las emisoras radiales de aquel país.
En 1947, luego de diez años de presidencia, el general Anastasio Somoza leyó su discurso de salida en la Tribuna Monumental mientras el público le silbaba el coro de “Se va el caimán”, que ya había sido incorporada a la protesta callejera. También se la habían cantado en Panamá a Enrique Jiménez, que fue presidente provisional por esos mismos años.
“Su sabrosura es universal”
No es una opinión. La crónica de sus alcances internacionales atestigua que “Se va el caimán” es, junto con “La gota fría”, la canción más universal del folclor costeño colombiano. Los motivos detrás de su éxito, como las del éxito de cualquier canción, pueden ser o muy complejos o muy simples.
Al preguntarle sobre el tema, Peñaranda dijo en una ocasión: “Hay algunas canciones que tienen como una suerte de recorrer el mundo. Por ejemplo, ‘El Manicero’ se oye por todas partes y todavía está ahí. Así fue ‘El Caimán’ a nivel internacional. Fue grabada en España, Bruselas y en varias partes esa canción sigue todavía”.
“Se va el caimán” tuvo suerte, pero no fue gratuita. Menos modesto, el mismo compositor explicaría en otra entrevista el origen de ese destino de éxito.
—Lo que pasa es que su sabrosura es universal —dijo aquella vez.
Tuvo razón. Se trata de una de esas raras composiciones capaces de gustarle a la gente de distintas latitudes, idiomas y épocas.